En cualquier reunión de amigos aparece un tema recurrente: la década de los veinte años, con sus atracones emocionales y de los otros. Charlas amenizadas por hazañas –a veces inventadas– y periplos varios, sustos y disgustos. Pero todo queda almibarado con la distancia que lo simplifica o lo engrandece. Aunque los 20 son un cambio de estatus, continúas siendo un beibi dentro de un cuerpo cambiante y disfrutón, lleno de frescura y energía. La mente te golpea con sensaciones, emociones y deseos de aventuras. Tampoco faltan inseguridades, ausencia de prudencia, tolerancia nula al aburrimiento, risas y salidas de tono incontroladas; querer salir y no querer entrar, novios, novias y/o novies, amores feroces y amores olvidados. ¡Qué más da! La vida es un concierto lleno de festivales ‘Monolocos’ o alocados, engullir helados, hamburguesas y pizzas sin frenada, ataques de risa interminables y sonoros hasta la madrugada, porque los mayores duermen –eso crees– y son unos aburridos. Lo único importante son tus veintitantos y subir y bajar montañas –que hay mucho por hacer ahí fuera y todo está en construcción–.
Es el momento idóneo para ser grouppie, punkie, rokera, grunge, skater, gótica o cursi, sin caer en la vergüenza o la provocación, porque a los 20 casi todo está permitido, perdonado y, en un futuro, olvidado. Viajas en moto, en coche, en bus, en tren o en ‘BlaBlaCar’; una noche duermes en el norte y al día siguiente aterrizas en el sur. Se trata de recorrerlo todo hasta donde el presupuesto te deje, porque el cuerpo aguanta. Nadar, bucear, tomar el sol –sin fotoprotección– en la playa, en la piscina o en plena montaña, achicharrándote la piel, que va mutando a un tono entre hooligan británico y gambón cocido, y tienes un pelazo increíble, no necesitas acondicionador ni iluminador de pómulos porque brillas sin más. Los mayores no entienden nada o envidian ese pasado que no volverá, porque nada vuelve para nadie. Los maravillosos 20 son un regalo con fecha de caducidad.
Además, compaginas diversión y obligación; construyes tus ideales de futuro mientras aprovechas el tiempo y estudias –algunos trabajan en verano–. Vas de vacaciones con lo puesto, con lo que puedes o lo que tienes, porque ir con tus padres ya aburre. Con tus amigos mezclas en una coctelera risas, alegría y burbujas; todo es química y física hasta rozar el límite. ¡Qué más da! El presente es tuyo y el futuro se verá; la inconsciencia es libre y te crees inmortal. Cumples los 25 y te preguntas: «¿De verdad tengo un cuarto de siglo?». Si lo has aprovechado estarás finalizando tus estudios e intentarás entrar en el mercado laboral. El chollo se ha terminado, esto es otro campo repartido entre la diversión y la obligación –no sea que te pillen los 30 y te den un susto–. Pero todo llega. Si tus 20 eran un ensayo para la vida adulta, los 30 son una actuación en directo y empiezan ya. Continuará.