No nació bueno el año y su mes primero así vino a demostrárnoslo: madres que enferman, madres que mueren, ausencias eternas que engendran eternos desconsuelos; amigos y amigas que de forma inesperada dicen adiós para siempre: Paz Martínez, Jesús Anta; y el remate final de Marianne Faithfull. Por unas razones o por otras, ella siempre fue el remate o el principio de algo. Sucede así con todas las leyendas, en especial con aquellas que llevan grabada la etiqueta de supervivientes: «me siento y miro cómo pasan las lágrimas», cantaba ella en los primeros y excesivos años sesenta.
De eso se trata, de que las lágrimas pasen, si es que existiera algún remedio. Una película quizás, una melodía, una exposición de Ai Weiwei… el arte siempre es balsámico. De modo que el día último de ese mes fatal me senté ante el televisor y vinieron a rescatarme unas palabras de Candela Peña desde la película que se proyectaba: «existimos porque alguien piensa en nosotros». Unas palabras perfectamente aplicables a la contrariedad y así mismo a la serenidad, a uno y a otro lado de la existencia. Continuamos siendo porque se nos piensa, pero somos sin más porque formamos parte de otros pensamientos. Lo contrario es la intemperie, el vacío, la nada, el no ser ni en uno mismo ni en nadie más. En suma, el alivio que habita entre la memoria manriqueña y un diálogo entre putas tristes, entre coplas y princesas. El arte, una vez más, que nos redime y nos salva.
Sin desmerecer a nadie, la biografía de Marianne sabía de esto casi mejor que cualquier nadie. Recuperarla, junto a sus canciones, es una forma sencilla de fortalecernos en un año que no nos nació bueno. Ya es febrero. Vendrán pronto los vientos de marzo, las lluvias de abril y las flores de mayo en un pasaje repetido y sin fin, la ruta inversa de la vida, cuyos vientos, lluvias y flores no conocen el retorno salvo que alguien las piense y las resucite para sí: «haré todo lo posible para que te sientas libre / si vienes y te quedas conmigo».