12/05/2024
 Actualizado a 12/05/2024
Guardar

Siempre dije ‘chumineces’, pero la docta RAE me corrige e indica que chuminadas es la voz acertada (aunque vulgar). Pero permítaseme el uso de ‘chumineces’ para referirme a lo que tienen que hacer los presentadores de esos programas televisivos –normalmente en horario vespertino– que visitan lugares, ya se trate de hacer turismo por comarcas pintorescas o cocinar recetas típicas en lugares diversos.

Seguro que les suena la movida: desde el plató, una persona muy animada da pie a un enviado especial, por lo general una chica joven, igualmente sonriente. A su lado, un indígena que se verá obligado a realizar alguna acción levemente ridícula, un peaje que hay que pagar para salir en la tele y que el mundo conozca tu casa rural, o tu firma de embutidos, o simplemente tu careto. Al contrario que en los vídeos de Don Eugenio Monesma, aquí no se puede dejar solo al entrevistado, y el reportero tiene que acompañar las explicaciones del interfecto con continuas miradas a cámara, o bien interrumpirle continuamente con preguntas. Tampoco hay que permitir que haga las cosas él solo, sino que algún personal del equipo televisivo debe participar de la acción, cosiendo unas alpargatas, magreando la ubre de la cabra para extraer la leche o la acción que toque.

En el caso del turismo, si se visita uno de esos gigantescos columpios que ahora proliferan por nuestra geografía, hay que subirse en él, dar un par de meneos entre algún grito y, una vez más, dientes. Es siempre interesante ver la cara de los aborígenes cuando los visitantes televisivos realizan alguno de estos rituales en su pueblo.

Sobre este asunto hay un vídeo bastante conocido que ha dado para memes y todo. Un programa extremeño de tarde visitó el restaurante del cocinero cacereño Juanma Zamorano. La idea era hacer una merluza rebozada más o menos a la romana: primero pasarla por harina, luego por huevo y al fuego. El chef pidió a la reportera que batiese los huevos y que pasase el pescado por ellos tras enharinarla. Pero la chiquilla pensó que había que verter el batido por encima de la merluza. Rápido, Zamorano evitó el desastre al tiempo que dejaba una expresión para la posteridad: «¡Cómo vas a hacer eso así, marichocho!».

Desconozco si tanto estaribel en antena repercute efectivamente en aumentar la clientela de los establecimientos filmados o si revitaliza los entornos rurales con la necesitada afluencia de turistas dispuestos a fundirse los dineros. Al menos sí que ha servido para incorporar este bello y nuevo vocablo marichochil.

Lo más leído