Hay días en que todo lleva al mismo sitio y hoy todo conduce a mariposas y lluvias. Cuando tu columna cae en la casilla entre el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y el Día del Maestro, dudas si escribir sobre ayer o mañana. Uno se pregunta si es necesario un nombre tan largo y farragoso para nombrar el goteo permanente de mujeres asesinadas desde que el mundo es mundo, desapareciendo una tras otra, como la lluvia de Machado cayendo monótona por los cristales, simbolizando lo repetitivo y anegando un poema que Romualdo recita en `La lengua de las mariposas´ mientras el maestro escucha mirando por la ventana y pregunta qué significa `monotonía de lluvia´. Y el niño responde «Que llueve después de llover, don Gregorio».
Este año ha llovido 52 veces después de llover, simulado con la preciosa performance hecha por los alumnos de la Escuela de Artes de León, frente a la Pulchra Leonina. 52 ha sido el número de sillas con nombre pero sin cuerpo, el número de flores y el número de mujeres enlutadas que han ocupado esas sillas vacías mientras sus agresores, apareciendo a modo de coro griego, las iban cercando, cubriéndoles el rostro y acabando con ellas. Después, un ángel blanco les apuntó con un arco y una flor a modo de flecha, mientras sonaba ‘Poder’ de Rosalía. Uno de los miles de actos celebrados esta semana en la que el mundo repite el vestido morado durante días, porque uno solo no es suficiente para denunciar tanta violencia contra la mujer y tanta muerte. Tal día como ayer, 25 de noviembre de 1960, las hermanas Minerva, Patria y Teresa fueron asesinadas por la dictadura de su país. Las hermanas Mirabal eran mujeres, esposas y madres acomodadas y cultas, pero activistas, lo que hizo que les nacieran alas y se convirtieran en Las Mariposas, su nombre de muertas. También su historia dio origen a la película ‘El tiempo de las mariposas’, esa palabra en la que hoy desembocan las cosas. Desde entonces, la memoria de estos tres iconos de la libertad sobrevuela el mundo y su muerte puso fecha al Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
En contraste con esa letanía de términos que intentan disimular la inoperancia, la rotundidad de una sola palabra que se basta por sí sola para resumir la celebración de mañana: Maestro. Palabra que me lleva a la misma película y a la misma lluvia, pero a otras mariposas más libres. Resulta enternecedor ese maestro fuera de época que convierte el miedo a la escuela de Moncho en pasión por aprender, en admiración, respeto y cariño hacia su profesor. Un Maestro que enseña en continuo diálogo con sus alumnos y utiliza su silencio como castigo, provocando azogue en el niño, adicto a la voz que todo lo sabe y le hace viajar por el mundo, cruzar mares, montar elefantes y recoger mariposas mientras le inculcan valores. Una historia de educación y aprendizaje con mensaje político de trasfondo que no desdice nada con la actualidad, poblada de agitadores animando a salir a gritar e insultar… También a Moncho le ordenan insultar al maestro tras ser detenido, pero sus ocho años acaban gritando palabras aprendidas en clase: tilonorrinco, espiritrompa, en vez de insultos. Claro ejemplo de la importantísima labor del maestro, con su ejemplo y enseñanzas grabándose a fuego en sus alumnos.
Y como el azar anda hiperactivo, sabiéndome a vueltas con este tema me tropieza con Manu Velasco, premiado en varias ocasiones como uno de los mejores docentes de España. Sólo con dedicarle unas horas de lectura, crees ver a Don Gregorio reencarnado en un joven maestro hablando de cariño y ternura como condimentos para aliñar la docencia. Apostando por más palabras y miradas y menos pantallas mostrando el mundo como ellas quieran mostrarlo. Y cuando habla de devolver a los niños la libertad de imaginarse las cosas, Moncho renace en su clase y, montado en el mapamundi, llega a la Provenza, construye el Pórtico de la Gloria y regresa a lomos de un elefante como hacía con su viejo maestro. Ojalá cambien las cosas y se invierta en educación para bajar las ratios y regalarles ese tiempo que piden para saberse, para aprender y enseñar mirándose. Ojalá nos desengañemos a tiempo de que los niños deben regresar con el humano, con ese maestro tan denostado que daba consejos. Que las carencias de la juventud están saliendo a la calle y las 974 agresiones sexuales de menores que hubo el año pasado no se las enseñó un maestro, las vieron en esas pantallas que muestran el mundo a su manera. Después haremos recuento de víctimas vestidos de morado.
Acabamos como empezamos. ‘Sé lluvia’, el libro de Manu Velasco, nos devuelve a la casilla de salida, a la lluvia de Machado, a Romualdo recitando «Una tarde parda /y fría de invierno. Los colegiales / estudian. Monotonía /de la lluvia en los cristales…» y a Don Gregorio mirando por el ventanal y preguntando qué significa ‘monotonía de lluvia’. «Que llueve después de llover, don Gregorio». Feliz día, Maestros. Gracias.