Los leoneses, mayoritariamente, no queremos formar parte de esta comunidad autónoma. Lo llevamos diciendo a gritos desde el momento mismo en que, en contra de nuestra voluntad –que no se nos olvide–, se nos incluyó en ella. De eso hace ya más de cuarenta años –¡más de cuarenta años!– y, aún hoy, a pesar de estas cuatro décadas –que se dice pronto– de constante acoso pro Castilla y León, no han sido capaces de acallarnos…
El miércoles pasado, la Diputación de León –la administración que representa a toda nuestra provincia– votaba ‘sí’, a propuesta de la UPL, a una autonomía leonesa. Y lo hacía con trece votos a favor, tres de los leonesistas y diez del PSOE, por once en contra, diez del PP –una de sus diputadas no asistió– y uno de Vox. Casualmente, el Partido Socialista había anunciado libertad de voto; no así el Popular… De hecho, por si alguien tuviera dudas, la presidenta provincial de los populares –Ester Muñoz– dejó bien claro que votar al PP es votar en contra de la autonomía para León. Oído cocina.
Hace casi cinco años, el 27 de diciembre de 2019, fue la capital leonesa –cuyo alcalde, José Antonio Diez, es del PSOE– la que alzó la voz para pedir la autonomía. Fue el primer ayuntamiento en aprobar la llamada ‘moción leonesista’, que presentó la UPL; y, desde entonces, una retahíla de municipios han seguido sus pasos; sesenta en la provincia de León –en conjunto suman más de la mitad de la población de la provincia–, para lo que han contado con los votos a favor de concejales de UPL, del PSOE, del PP, de Vox, de Ciudadanos, de Podemos…, en muchos casos, incluso yendo en contra de las directrices de sus propios partidos. Y es que el sentimiento de no pertenencia a esta autonomía va más allá de los colores políticos…
Así, el resultado de la Diputación no deja de ser, en definitiva, la respuesta natural cuando se permite votar en conciencia. Y si el PP y Vox hubieran hecho lo mismo, el resultado habría sido, no digo unánime, pero sí mucho más amplio. Estoy seguro.