25/05/2024
 Actualizado a 25/05/2024
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La payasada interminable en la que se ha convertido la política en España (y prácticamente en todas partes) nos ha brindado esta semana otro magnífico sketch a cuenta de la ley contra la prostitución promovida por el PSOE. El proyecto ha muerto antes de iniciar su tramitación, porque casi todos los socios de Pedro Sánchez –Sumar, ERC, Junts y PNV– han votado en su contra. El PP había apoyado decididamente la tramitación del texto cuando se inició en junio de 2022, pero al final también ha votado en contra, demostrando una vez más que es incapaz de desaprovechar cualquier ocasión de hacer el ridículo. Vox se ha abstenido.

Lo cierto es que el proyecto de ley era un bodrio, una majadería de mero postureo para que los tertulianos televisivos y radiofónicos al servicio de los partidos simulen debates sociales inexistentes.

Bajo el paraguas de la prostitución existen realidades delictivas de enorme gravedad, como la trata de mujeres, el secuestro y los malos tratos. El Estado tiene la obligación de perseguirlas, y dispone de los medios legislativos, policiales y judiciales para hacerlo si realmente hay voluntad política. Más allá de ello, no se puede criminalizar a una señora que voluntariamente decide recibir en su piso a caballeros a cambio de un estipendio, ni tampoco al señor que acepta la oferta, salvo que aceptemos que es lícito llevar la moral al Código Penal. Y en ese caso ¿qué moral? ¿la católica? ¿la de los socialistas que se gastaron las ayudas para los parados en los lupanares de Andalucía? Ni siquiera la moral feminista, que se encuentra entre las más apreciadas últimamente, nos da una respuesta, porque el feminismo, que no sólo está dividido sino en permanente guerra consigo mismo, discute si la prostitución forma parte de la sagrada libertad sexual de la hembra o si, por el contrario, se trata de una vejación a la mujer por parte del cliente que acepta y paga sus servicios.

Mientras tanto nadie mueve un dedo en relación con la lacra de la pornografía en internet, que empieza a deformar la mente de los niños –pásmense– entre los 8 y los 12 años, creando en generaciones enteras de adictos una imagen deformada de la sexualidad, perversa y catastróficamente perjudicial para la mujer.

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