Todos estamos de acuerdo en la importancia del lenguaje y en cómo una buena o mala utilización de éste tiene unas implicaciones, según el caso, positivas o negativas. Detrás de algunas palabras hay mucha historia y hemeroteca, por lo que hay que prestar especial atención a la hora de utilizarlas, ya que cuando se emplean dichas palabras sin sentido alguno, no sólo se banaliza el concepto en sí, sino que banalizamos todos los sucesos y acontecimientos que pretende definir una palabra formada por una serie de letras unidas de una manera concreta.
Por esta razón hay que ser muy cuidadosos a la hora de acudir a ciertas palabras, ya que su utilización interesada puede causar un daño difícilmente cuantificable. Uno de esos vocablos que deberían utilizarse de manera exquisita es terrorismo. En nuestra piel de toro nos deberíamos estremecer todos sólo de escuchar o leer este término. La explicación es sencilla, pero a la vez dolorosa. España ha sido víctima durante décadas de la barbarie de los asesinos cobardes de la banda terrorista ETA. Y qué decir de este fatídico 11M, cuando los desalmados e indeseables de Al Qaeda cercenaron la vida de casi 200 personas en Madrid. Sin duda alguna, nuestro país tiene cierta experiencia en eso de llorar y sufrir a causa del terrorismo. Muchas personas inocentes fueron asesinadas, muchos sueños se quedaron sin cumplir y mucho dolor sigue presente en las vidas de sus familiares y amigos.
A pesar de toda la sangre que da un color rojizo a la hemeroteca de nuestras últimas décadas, parece que no es suficiente para que cuando se hable de terrorismo se haga con honestidad y rigor. Es obvio que no todo acto violento es terrorismo, pero igual de evidente es que no hay terrorismo de primera y segunda categoría. Esta es la razón por la que no me canso de exigir a quien corresponda que evite la utilización banal de esta palabra, porque con esta conducta estamos traicionando a todas las víctimas asesinadas por los terroristas.
En la actualidad la lucha por ganar la batalla del relato ha provocado que muchos de los protagonistas de los debates públicos se salten las líneas rojas que marcan los límites de lo que es ético o no. Acepto y asumo que en ciertas luchas políticas unos y otros utilicen ciertas palabras de manera totalmente torticera e interesada, pero hay algunos términos que nunca deberían ser víctimas de la perversión política. Jugar maquiavélicamente con esas palabras tiene unas consecuencias nefastas, porque llegará el día en que ese término haya sufrido tal deterioro que ya no servirá para definir lo que algún día correctamente definió.