La cantaban Los Panchos y es un bolero inolvidable compuesto por la cantante cubana Mercedes Valdés. Como el protagonista de la canción, muchos jóvenes actualmente creen que en el mundo rural se alegrará su alma.
La pandemia cambió mucho nuestra mentalidad. Ciertas costumbres se perdieron para siempre. Es un hecho probado que nos damos menos besos, sentimos cierta reticencia a ser cariñosos salvo con nuestro círculo estrecho. Los bares cierran pronto, ya no se prolongan las copas hasta la madrugada y muchos ciudadanos han cambiado el campo por la ciudad, más aire puro, más tranquilidad y mejor calidad de vida.
Resulta curioso que son los más jóvenes quienes están eligiendo comprar casa en un pueblo como primera opción (el 62%). Muchos son nómadas digitales, otros emprenden el éxodo hacia el terruño porque la crisis de la vivienda no les deja otra opción. Los precios son asequibles en el campo, las grandes ciudades se vuelven inhóspitas. Imposible comprar o alquilar.
Además, muchas comunidades autónomas otorgan ayudas y subvenciones a quienes deciden mudarse a municipios acosados por despoblación. Algunos trabajarán y montarán su empresa allí si ven posibilidades, otros solo dormirán en el campo y se servirán de medios de transporte para acudir al trabajo en la ciudad. Se pierde tiempo en idas y venidas, pero se puede ahorrar y al terminar la jornada todo es paz, cielo, silencio.
Contrariamente a lo que podríamos haber imaginado, los más mayores son más reacios a trasladarse a un pueblo, pero esto es comprensible, son urbanitas experimentados que ya han pagado su casa y han desarrollado costumbres fijas.
Tanto debatir sobre despoblación, apostando por ideas peregrinas que no han funcionado, y será la crisis económica la que resuelva el problema.
Los pueblos son hermosos, lástima que algunos los elijan solo por descarte; sin embargo, es muy probable que poco a poco, vuelva a sus plazas la vida.