22/06/2024
 Actualizado a 22/06/2024
Guardar

Fue haberme encontrado en la concentración celebrada el pasado jueves, con motivo de la celebración del Día Mundial del Refugiado y en apoyo al Centro de Ayuda Humanitaria en el Chalé de Pozo, con dos antiguas alumnas que están estudiando Educación Social: Marina y Vanesa, la segunda ha participado en las movilizaciones que se han producido en la Universidad de León a favor del pueblo palestino, y Marina portaba una pancarta en la que se leía lo siguiente: «Todos los hombres iguales. La diferencia entre ellos no está en su nacimiento, sino en su virtud». Una frase de Voltaire.

Sorprende positivamente encontrarse este término, virtud, en un eslogan esgrimido por una persona tan joven. Es esperanzador que los que en un futuro tomarán el testigo social, se recreen en este término modelado por el pensamiento de Aristóteles. Para este gran filósofo la virtud era un hábito que permitía a un individuo actuar de acuerdo con la razón y la moral. Y no era una inclinación natural o una cualidad innata, sino algo que había que desarrollar mediante la habituación y la práctica. Aristóteles también creía que la educación y la crianza desempeñaban un papel crucial en la habituación a la virtud. Los educadores, por tanto, no debían ser meros transmisores de conocimientos, sino testimonio ejemplarizante de esa virtud que debían transmitir a su alumnado. 

Así que lo mejor de todo también fue encontrarme allí con Concha, la carmelita Vedruna, profesora de Religión y Filosofía, que se empeñó en transmitirnos los valores de la justicia social desde la Teología de la Liberación.

Y encontrarme rodeada de compañeros y compañeras de profesión, y banderas orgullosas y credos distintos que conversaban amigablemente sin apariencia alguna de confrontación. La serenidad amigable de los que conocen el valor de la hospitalidad, como le sucedió a Diara, trabajadora social de la Cruz Roja, de nacionalidad senegalesa, que con amplia sonrisa me ofrecía su ayuda para un proyecto que tengo en mente de cara al próximo curso.

También lo fue conocer a Carmen, la bibliotecaria generosa que ha llegado a acoger desinteresadamente a más de veinte inmigrantes en su casa, proporcionándoles contactos, trabajo y asegurarles un medio de vida para desarrollar su vida en León. 

O encontrarme con Marcos, cuya hermana trabajará en ese Centro de Ayuda Humanitaria que saldrá adelante, porque una legión de personas virtuosas, se ha empeñado en apoyar una iniciativa que al final revertirá en beneficio de todos.

A lo mejor va a ser verdad que todos preferimos los finales felices. 

Lo más leído