Un año más, como cada último fin de semana de octubre, hemos tenido que retrasar nuestros relojes una hora, gesto que unos aborrecen y otros están deseando.
Existe un eterno debate sobre la conveniencia o no de realizar estos cambios entre el horario de verano y el de invierno. Como es habitual, alimentado con argumentos mejor o peor fundamentados y opiniones para todos los gustos.
Hace tiempo que se habla de poner fin a tales variaciones y mantener la misma hora todo el año, aunque parece que no se termina de concretar ningún acuerdo al respecto. Demasiados países implicados como para tomar una decisión que agrade, o deje conforme, a una mayoría suficiente.
Tal vez lo que en realidad nos desagrada es que este fin de semana con sesenta minutos extra nos hace tomar conciencia de la reducción de horas de luz. Y esto si que no hay reloj que lo pueda arreglar, así que no queda más opción que adaptarse.
Del mismo modo que prácticamente se ha normalizado que el panorama político se haya convertido en una especie de representación circense o teatral en la cual se entrelazan sin cesar escándalos y polémicas de todos los colores. Poco, o nada, se puede esperar de ninguno de esos actores aparte de un espectáculo que provoca risa, vergüenza e indignación a partes iguales.
Pero mejor dejemos la crispación y las malas noticias aparcadas, aunque sea por un instante.
Este viernes se celebra el Día de Todos los Santos. Aparte de celebrar la noche de Halloween, algo cada vez más integrado en nuestro calendario, el 1 de noviembre es la fecha que dedicamos a homenajear a los difuntos.
Visitamos los cementerios y adornamos con flores el lugar donde reposan los restos de esos seres queridos que se nos han ido.
Esto no quiere decir que el resto del año no los tengamos presentes en muchos momentos, recordándolos con cariño, o que no sintamos que nos acompañan siempre en un rincón de nuestros corazones.
En este día especial, junto con las flores, regalémosles también un hermoso pensamiento.