Tenía que haber leído mucho antes ‘Mientras escribo’, de Stephen King. No sé por qué no cayó antes en mis manos, pero en cuanto lo comencé ya me encontré enganchada a sus páginas como una merluza de pincho. Hacía mucho que no me reía tanto con un libro. Y además he aprendido cosas, o eso espero. Creo que he gastado un paquete de marcadores para señalar todo lo que me ha interesado de este libro en el que Stephen King habla de su vida y de su escritura.
A King le corre tinta por las venas. Su testarudez, su empeño y su esfuerzo le han llevado a convertirse en lo que ya era desde siempre: un escritor. Uno muy prolífico, además. Una especie de pulpo con gafas de miope sentado en un escritorio y que va despachando páginas llenas de historias y de personajes difíciles de olvidar.
El primer dólar que ganó el niño Stephen fue con unos cuentos sobre cuatro animales mágicos que van en un coche viejo y ayudan a los niños. El jefe y conductor del coche es un gran conejo blanco. King escribió cuatro cuentos con esos mismos personajes y su madre le pagó veinticinco centavos por cada uno. Después, su madre hizo copias y se los envió a sus cuatro hermanas que, según el escritor, le tenían cierta lástima a su madre, porque había sido abandonada por el padre de Stephen y de su hermano David.
Esos cuentos sobre animales serían los primeros de una carrera literaria larga y exitosa. Muy exitosa. El éxito es una cosa extraña, una melaza que a unos atrae y a otros repele. Se ha visto estos días con la llegada de la cantante y compositora Taylor Swift, y vayan por delante mis respetos a la de Pensilvania. Stephen King no habla mucho del éxito ni de las críticas, hay cosas que le importan más, pero sobre estas últimas cuenta algo. Explica que cuando era pequeño tuvo una cuidadora, Eula-Beulah, que era propensa a los pedos y además a disparárselos directamente. Dice King: «Puede decirse que Eula-Beulah me fogueó para la crítica literaria. Después de haber tenido encima a una niñera de noventa kilos tirándote pedos en la cara y gritando «¡Bum!», el ‘Village Voice’ [una revista cultural] da muy poco miedo»