«…Mi padre era minero. Tuvo un candil de carburo, muchos hijos, una pica y la muerte acechando entre las vetas al final de cada túnel. Seguro que también tuvo miedo, aunque no apareciese reflejado en las nóminas ni en sus cuentos…» Ya lo escribí una y mil veces, repitiéndolo de diferentes maneras y lo seguiré haciendo cada vez que en nuestros valles se escuche ese cántico que más parece oración y quejido que himno minero, mientras Santa Bárbara avanza en volandas por los senderos que unen ermitas y minas. Este fin de semana, en muchos puntos de nuestra provincia, las sirenas aúllan silencio, se abren las memorias, se encienden los candiles del recuerdo y los mineros sin casco vienen picando carbón por los túneles del tiempo hacia la bocamina mientras, al fondo, sus viudas y huérfanos chapotean en el agua negra de los lavaderos. Y están todos vivos porque nosotros hablamos de ellos para evitar su olvido.
Tan duras son las historias que los hijos de la mina tenemos sobre los hombres en blanco y negro, que pueden parecer fantasías aquellos habitantes de las tinieblas saliendo de casa con la noche encima y cruzando montes para después perderse en otra noche que duraba hasta la tarde siguiente. Entonces regresaban teñidos de negro y bajaban el repecho que daba al pueblo sacudiéndose la oscuridad del fondo de la tierra. En uno de los muchos documentales sobre la minería de esta provincia, un hombre explica el lujo que suponía vivir cerca de la mina para que el trayecto no sumara kilómetros de cansancio a la jornada laboral. Daba igual la mina o la esquina de la provincia en la que se viviera porque nuestras cuencas mineras compartieron la misma historia, el mismo sacrificio y el mismo final injusto, pero en distintos montes. Hoy mismo se inaugura una bonita iniciativa con la que esos trayectos tan agotadores se han reinventado, transformándose en recorridos turísticos. Ha sido La Fundación Cultura Minera quien, además de otras muchas actividades para difundir el patrimonio minero del Bierzo, ha ideado el Trail Minero El Calderín, dando carácter deportivo al trayecto que los mineros de Albares y La Ribera hacían para llegar a las minas de Torre del Bierzo. Diez kilómetros de diversión pisando las pisadas de los que recorrían esos caminos a diario para ir al tajo y regresar a sus hogares. Diez kilómetros de evocación y reconocimiento hacia ellos, para que jamás se borren sus huellas.
De nuevo llegó el día de los homenajes, del recuerdo y la nostalgia de lo negro. Poco a poco, la rabia se ha ido echando a un lado por aquella transición energética tan injusta en la que se abandonó a las comarcas mineras y a sus gentes. Cuencas abandonadas que están sabiendo reinventarse, salpicándose de museos en memoria de sus mineros. Ahora las bocaminas dan voz a la historia minera con documentales, exposiciones de pintura, reportajes, música tradicional, presentaciones de libros, teatro... Cerraron la boca de la mina para que no expulsara carbón, pero no la acallaron. Ahora cuenta su historia en todas las facetas del arte, desde El Bierzo hasta Sabero, donde el homenaje es permanente, con actos en el Museo de la Siderurgia y la Minería celebrados durante todo el año. Y al fervor de la Montaña Oriental se suma el de la Montaña Central leonesa, donde hoy la Asociación Sangre minera celebra Santa Bárbara con una visita a la mina escuela. Ya no les basta con explicarlo, han revertido las cosas y con una iniciativa titulada “Buscamos mineros” pretenden ponernos un casco y una lámpara y llevarnos hasta al corazón de la mina. Una experiencia especialmente emocionante para los descendientes del carbón, aunque sea imposible rescatar los sonidos de los picos contra el muro, el chirriar de vagonetas, el estruendo de barrenas infernales o ver correr el agua que rezumaban las paredes. Adentrarse en el túnel será ubicarse mentalmente en aquel ambiente asfixiante en que nuestros padres trabajaron con la oscuridad como compañera, moviéndose como luciérnagas por pasadizos, con un juego de sombras chinescas provocado por sus lámparas, mientras el traicionero polvo negro iba anidando en sus bronquios. A la hora en que esta columna salga al aire, algunos estaremos a punto de poner el casco y recorrer el pasado por los túneles de esa mina escuela de La Robla, acompañados por mineros locales. Los mismos que hace treinta años se formaron en esos pasadizos. Será curioso verlos con su juventud colgando en los retratos que la mina-escuela conserva, mientras sus manos ya expertas y callosas nos muestran el oficio más duro del mundo.
Un año más, mi homenaje a los hombres de las tinieblas, los que dejaban el miedo y el mechero en casa, los que decían que el hermano ‘cayó’ en la mina para que los rapaces no oyeran la palabra prohibida. Los que marchaban blancos y regresaban negros, teñidos por la oscuridad del fondo de la tierra. Por las mujeres de carbón. Por sus niños mineros. Por sus terribles condiciones laborales y por la ingratitud que sufrieron.