24/10/2024
 Actualizado a 14/11/2024
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Siempre nos quedará el recuerdo. La persona es una construcción gigantesca, tal vez más grande de lo que nuestra percepción alcanza. Nos cimentaron experiencias, fatalidades, adversidades, alegrías, hábitos, aprendizajes, errores (muchos errores), costumbres, gustos, experimentos, personas buenas, majaderas e irrelevantes. Sin embargo, en el presente lo único asegurado es el recuerdo de todo aquello que por desgracia o por suerte hemos vivido. Y nosotros, los humanos, hacemos nuestra cabeza en base a todo ello, con algo que queda para siempre, mientras que el resto se diluye en el olvido. Es la gran belleza de la socialización de las personas, agridulce pero inevitable una vez que nuestros pies tocan el suelo. Somos quienes somos gracias a quienes fuimos aquella primera vez. 

No hay cine más sociológico que el de Woody Allen. Cada obra es un retrato social hecha con trozos de los mayores pensadores de esta materia. Días de Radio (1987) explica el origen del amor por la música del narrador. Un adolescente en una familia desestructurada pero en todo momento con el transistor encendido. Un objetucho que parece intranscendente, un relleno vital, una trivialidad de la trama. Pero es lo central, aquello que ayuda a sobrellevar una vida, a los personajes a desconectar de los porrocientos atolladeros en los que andan metidos. Una pequeña luz de felicidad. Como para todo oyente habitual. Y es en este contexto, y gracias a todo ello, donde Joe encuentra sus pasiones.

No subestime a una persona, no se atreva, porque detrás suya tal vez haya todo un universo. No obstante, en nuestro aprendizaje, el recuerdo acaba fluyendo, terminamos haciendo un pastiche mental de todo aquello que nos sucedió. He ahí la importancia de la foto, la realidad captada en un instante concreto, el mayor exponente de la memoria. Eso que hay en un dispositivo, papel, cartón, plástico, o lo que sea, es lo que éramos. Que es un recuerdo sino eso que ha pasado. Y una foto, pues lo mismo. 

Soy un ‘viejoven’. Me confieso y lo reconozco con orgullo. Cuido con mimo todas y cada una de las fotos. Las hago siempre que puedo y a cada momento que me dejan. Nada puede arruinar una foto, y todo es susceptible de ello, porque por tontería que parezca, en el futuro nos reiremos de ello. Es el recuerdo más real que tendremos. Las ordeno y las guardo. He de ser de los pocos de mi generación, pero las revelo. Sí, en serio, porque soy de esos que necesitan el tacto para sentir lo que veo. Y los libros en papel también, de hecho prohibiría los ‘e-books’ si de mi dependiera. Para lo único que levanto el puño es para la defensa de la esencialidad del papel. 

Es de necios adherirse a los de «todo tiempo pasado fue mejor». De sujetos con el tornillo flojo, añadiría. Ni lo de hoy en día es todo una delicia, ni hace unos años lo era. Hubo bueno y malo. Hay bueno y malo. Y eso todo junto hace el presente. Hay que saber graduarse en las quejas, ver el pasado con la perspectiva amplia, porque en la mayoría de ocasiones recordamos lo que queremos recordar. Con una foto vemos aquel momento que mereció inmortalizarse, pero termina siendo un viaje a esos tiempos. Inmediatamente asalta la evocación, un traslado instantáneo a todo aquello que vivimos, a todo aquello que fuimos.

Es una necesidad echar la vista atrás. Observar cómo éramos y cómo hemos cambiado. En muchas ocasiones se sentirá vergüenza ajena por esas pintas. Me lancé a escribir esto después de ver unas de cuando no tenía ni barba ni pelo, así que a mí me dirán de rubor. Pero hay que reivindicar el hecho de hacer memoria, de recordar cuando nuestro edificio aún estaba en plena construcción. Cojan sus fotos, véanse y dejen que los recuerdos aborden su cabeza. Déjense llevar por la memoria y seguro que la reflexión será instantánea. Pero sobre todo, háganlas sin parar, porque en un futuro no muy lejano querrán saber quiénes eran y cómo llegaron hasta ahí. Cómo llegaron sus gustos y sus pasiones a serlo. Querrán rememorar el germen de todo esto, sus pasos en el camino. Todos fuimos y somos Joe. Todo lo que somos tiene su origen, y tal vez esté en una de esas fotos.

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