Cristina flantains

Menos pasión y más contemplación o la dialéctica de los acontecimientos

28/02/2024
 Actualizado a 28/02/2024
Guardar

El transcurso de los acontecimientos en la vida de un grupo humano es un sinfín de contradicciones. Cuando planeamos nuestros objetivos, siempre les dotamos de la dignidad de lo justo. Y cuando concebimos las líneas de acción para la consecución de estos fines justos, también nos ocupamos de que entrañen naturalidad para que, lo que se deriva de ellas, tengan unos efectos colaterales óptimos. Así, dictamos normas a casco porro que nos salvan y salvan al mundo, de nosotros; al paisaje, a los otros seres vivos con los que compartimos el planeta, al aire, al sol… en fin. En cuanto a lo que supone de teoría, el mundo civilizado es intachable.

Si fijan su atención es esta especie de contradicción, de la que todavía no hemos dicho nada, pero que seguro que su substancia ya se ha instalado en su cabeza empujada por una viva intuición, rápidamente se darán cuenta de que este comportamiento se repite en los asuntos personales, también, no solo en los sociales. Es lo que solemos llamar buenos propósitos: voy a ser más independiente, voy a controlar mi ira… etc. Parece que siempre sabemos lo que debemos hacer para transitar por el camino de lo correcto.

Pero hay una cosa curiosa en este afán de establecer líneas de acción casi perfectas, casi justas y es que brota de ellas en todos los casos, sin excepción, en lo social y en lo personal, siendo el objeto de esta contradicción de la que venimos hablando, otras líneas de acción que a pesar de que son claramente contrarias a esta naturalidad y todos rechazamos, son capaces de infiltrarse en estas primeras y buenas intenciones, ladinamente, como lo haría un enemigo, poniéndolo todo manga por hombro y abriendo la puerta a la posibilidad de fracaso. Así, por ejemplo, los productos que llenan nuestros mercados son muy ecológicos y con la misma intensidad están llenos de plástico, los animales y las macro granjas, el aire y el dióxido de carbono, el mar: tanta inmensidad es pura provocación, los ríos, el paisaje…

Sirva para ilustrar esta opinión el siguiente ejemplo. Recuerdo una taberna llamada ‘La Cantina’ sita en la Calle de San Francisco en la que había un cartel que rezaba así: «Prohibido cantar». He aquí una línea de acción como las descritas antes: «vamos a proponernos que, en La Cantina, no cante nadie». El sitio parecía una maquina del tiempo. Al atravesar la puerta parecía que habías retrocedido a 1915. Aventurarse a imaginar las razones que le llevaron, al regente del bar, a poner ese cartel en un sitio prominente de su local haciéndolo valer con sal y son, es un ejercicio fantástico para la imaginación. Pero el «me voy a proponer que aquí no se cante» acabó por ser una invitación a todo lo contrario, y si no que lo digan los clientes del local, sobre todo La Tuna de León, que durante mucho tiempo tenía su lugar de encuentro y reunión allí. Mucho tuvieron que desear Jacin y Ángel que allí nadie cantara para obtener un desenlace así. 

En definitiva, parece que cuando nos proponemos orden, estamos invocando al desorden, cuando nos proponemos paz, invocamos a la guerra, cuando se trata de amor, de pronto conocemos al odio. Y lo peor, me parece a mí que es directamente proporcional: a más amor más odio, a más paz más guerra, a más limpio más sucio, a más respeto más bestia.

Induce esto a pensar que todo, absolutamente todo, implica a su contrario ¿a qué sí? Y sabiendo que esto, es como una fórmula matemática, y se cumple siempre hasta en los rincones más recónditos de la existencia, dan ganas de despojar a las cosas y los casos de pasión para que, cuando emerja su contrario, sea manejable, asumible, digerible, no letal.

Pero ojo con esto, a los que se crean lo que acabo de contar, ni se les ocurra invocar a la moderación porque ya sabrán lo que inmediatamente van a tener entre las manos…

 

Lo más leído