28/10/2023
 Actualizado a 28/10/2023
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Las diosas existen y son de carne y hueso. Ganan premios porque su talento está presente en lo que hacen y en lo que son. Cada gesto suyo desprende inmortalidad y grandeza, quizás por esa sencillez no estudiada que acompaña siempre a la genialidad.

Fue llegar a Oviedo y enamorarnos cuando la vimos bailar vestida de rojo y negro ante el séquito de gaiteros que le ofreció su particular y musical bienvenida. Meryl Streep cautiva. Sus interpretaciones en películas como ‘Memorias de África’, ‘La decisión de Sophie’, ‘El diablo viste de Prada’ o ‘Los puentes de Madison’ no dejan indiferente a ningún espectador por exigente que sea.

No importa si es un ama de casa amargada o una empresaria victoriosa, si es una mujer en crisis o una heroína romántica. Ella siempre convence, se adapta al papel como un guante, porque empatiza, se pone en la piel de otros seres humanos con sus proezas y sus miserias. Sabe tocar el cielo y pisar la tierra. Es sensible a su entorno, al mundo, y sabe conectar allá donde esté con quienes la rodean.

Por eso en Oviedo llegó y triunfó una vez más en ese Campoamor que se volvió más mediático que nunca. Citó a Picasso y a Lorca, recordó a Bernarda Alba. Saludó a la Casa Real, habló con Murakami (otro imprescindible) y nos hizo reír y llorar. Le firmó un autógrafo a Juan, su fan más joven y emotivo.

Lo que más me gusta de esta actriz son sus interpretaciones magistrales, sin duda, pero también la dignidad que muestra al envejecer. Nunca ha pretendido ser eternamente joven, ni una mujer perfecta, como otras ‘superwomans’ salidas del celuloide que tan poco conectan con la realidad. Meryl se siente orgullosa de sus arrugas, de sus gafas graduadas, de sus canas y de todo lo que conlleva el inexorable paso del tiempo. 

Se viste como una dama que resulta más bella que nunca a sus 74 años. Agradecerle a la vida haber llegado hasta aquí, sentirse orgullosa de lo aprendido. Más hermosa, más segura, más sabia.

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