Ya se han vuelto a poner las tablas para que la mesa sea más grande y quepa toda la familia sin apretujarse. También se han desempolvado los manteles de cuadros, los que tienen motivos navideños, las sevilletas de papel –porque al comer con los dedos se pone todo perdido– y la decoración al centro que durará en su sitio lo que tarden en llegar los primeros canapés. Solo faltan los invitados. En los salones más tradicionales, las celebraciones navideñas tienen casi siempre los mismos comensales. Muchos llevan aquí toda la vida, algunos se han sumado recientemente, otros ya no están y seguro que hay sorpresas que aún faltan por aparecer.
Desde hace un tiempo, en la mesa tiene un hueco la nostalgia, porque precisamente vacío es el que dejan las personas que antes siempre presidían las reuniones y ahora ya no lo hacen. Por los avatares que sea. La nostalgia a veces se disfraza de tristeza aunque, como decía la leonesa Samantha Hudson recientemente en una entrevista «puedes sentirla pero no padecerla» durante estos últimos días del año. Al otro lado de la mesa, y como contraposición, se sienta la alegría. Cierto es que antes no faltaba a ninguna celebración, pero ha estado desparecida durante un tiempo. Quizá llegó un momento en el que solo tenía forma de ilusión forzada por «estas fechas tan señaladas». Sin embargo, ahora que vuelve a haber criaturas listas para cantar un villancico o abir un regalo, la Navidad recupera un significado que ya se había perdido. Tampoco hay que olvidar la ilusión, que a veces forzada y en otras ocasiones no, suele decidirse al final si se pasa por las comidas de estas fechas o no, según cómo haya ido el año.
Entre la nostalgia y la alegría, tiene un hueco el enojo. Una pequeña discusión, un golpe en la mesa o una tensión que puede cortarse hasta con el cuchillo del pescado. Es lo que tiene el compartir mesa por obligación, el convivir con comensales que no se aceptan es algo que también viene con la época del año. Qué le vas a hacer. Y previo al enfado, en muchas ocasiones, se sienta la beligerancia. La opinión no pedida, la crítica desde el desconocimiento o los comentarios fuera de lugar mirando hacia la televisión. Y junto a ella, el miedo. En la mesa también se sienta el temor a no poder encajar un comentario, a no saber salir de una situación concreta o a la imposibilidad de expresar un punto de vista sin encontrarse a ese comensal beligerante enfrente.
La mesa ya está puesta y queda poco para que lleguen todos los comensales. La comida, eso sí, estará riquisima. Qué asunto la Navidad en familia.