No entiendo cómo a Alberto Garzón no se le ocurrió financiar un estudio que desentrañase el enigma de la reducción de espacios o el aumento de las dimensiones corporales humanas en establecimientos de hostelería. Ah, ¿que no se acuerdan del susodicho? Me refiero al que fuera en su día, y no hace tanto tiempo, el ministro de Consumo. Entre las geniales ideas que tuvo, no soy capaz de entender cómo se le pasó esta por alto. Pero bueno, esta tarea siempre la podrá llevar a cabo el actual ministro, que, evidentemente, sí conocerán, ¿no?
Pero centrémonos en el misterio antes citado. No digo que un servidor haya caído en la paranoia, pero ustedes dirán si también han sido testigos de lo que a continuación les expongo. Hace no tanto tiempo, uno podía ir a tomar un café o comer en un restaurante y disfrutar de cierto espacio vital. Esto no quiere decir que las mesas de al lado estuvieran a cuatro metros, pero sí a una distancia prudencial para no tener que escuchar obligatoriamente las confidencias de los otros clientes o correr el riesgo de que te impacte un trozo de carne cuando la persona de la mesa contigua está con un palillo escarbando entre los dientes.
Soy consciente de que todos los costes vinculados a la hostelería están subiendo al mismo ritmo que la fama del tal Montoya, que, por lo visto, va donde brilla. Pero que esto provoque que donde antes había diez mesas ahora haya quince no tiene un pase. Si a la subida de los precios que tenemos que asumir se une la pérdida de cierta intimidad cuando alguien quiere disfrutar de un café o una comida, estamos ante la tormenta perfecta.
Existen varias teorías que pueden explicar este fenómeno. Una de ellas es que los locales hayan mermado y, por eso, ahora los clientes están igual de juntos que en una orgía. Otra es que hay el mismo número de mesas, pero que estas han doblado su tamaño por arte de magia. O quizás la explicación venga porque los elementos físicos no hayan variado y seamos nosotros los que hayamos crecido tanto a lo ancho que ocupamos más espacio.
Es innegable que esta nueva experiencia gastronómica también puede ser satisfactoria en algunos casos. Ahora, por ejemplo, para ligar ya no hace falta ir al gimnasio o jugar partidos mixtos de pádel, tan solo tienes que ir a un bar o restaurante y tendrás, a pocos centímetros, sentada a tu presa. Vamos, que ni Sobera en ‘First Dates’ lo pone tan fácil para encontrar pareja.
La única duda que me surge es si esta tendencia seguirá evolucionando hasta que desaparezcan las mesas de diferentes tamaños y los locales solo tengan una mesa corrida para todos.