web-luis-gray.jpg

Metafísica de la canícula 1 / Platón en el país ideal

30/07/2023
 Actualizado a 30/07/2023
Guardar

Se nos queda el verano en nada con tanto sufragio y tanto pacto. Pero, pues hay semanas y agosto asoma, aún hay tiempo para una serie que, ante tantas y tan volátiles palabras, trate de meditaciones enjundiosas y esté, por tanto, protagonizada por filósofos; los clásicos, por descontado, que hay categorías. Y para empezar, el más grande, Platón.

Es conocido que nuestro ateniense cargado de espaldas diseñó un pensamiento idealizado y trascendente que entendía lo visible como la sombra de conceptos perfectos cuya verdadera esencia se nos escapaba a poco que nos despistáramos. Y nos despistamos. Por ese motivo, Platón, ya lo habrán imaginado, gasta sus vacaciones en acudir a un parque temático donde los acontecimientos históricos han pasado a idealizarse. De alguna pavorosa forma. 

– ¿No es acaso cierto, gentil guardián de la atracción ‘España: una grande, libre y cavernícola’, que la historia no ha de favorecer o enaltecer a unos o a otros sino aportar enseñanzas de concordia y comprensión hacia los demás y hacia el presente que cada época atraviesa? 

– A mí no me líe que curro aquí solo en verano para pagar las clases del chaval. Es aquel, el que manipula ‘Los autos de fe y de choque’. 

– Y ¿no cree usted, egregio paterfamilias, que su juicio individual debería emplearse en la exhortación a los llamados a entender lo que aquí se representa como una mofa y befa de la realidad y, aún peor, de su representación?

– Circulando, majete, y cuidado con la toalla que llevas puesta no se me enrede en los ruedines.

– Soporta a este zopenco y renuncia –susurra displicente entre dientes nuestro filósofo, pelín aristócrata de cuna (y Aristocles de nombre).

Con el porte atlético del que siempre hizo gala, el insigne idealista sube de un brinco al ‘Tomahawk del Descubrimiento’ donde disfruta (es un decir) de diversos sinsabores, a saber: miaja de carnicería, poquito de genocidio, aliño de evangelización… todo ello alegre y pizpiretamente celebrado con cabriolas de sufridos saltimbanquis. El mareo lo sumerge en una pesadumbre presocrática. 

Harto de las cursilerías del recinto y de la onerosa comprobación de que las idealizaciones cuentan con una tarifa elevadísima pese a los descuentos por bono de diez viajes, Platón decide buscar la verdad y un más neto fulgor de las ideas en el corazón de una ciudad histórica real, lejos del porexpán de colores y heroísmos de graderío. Pero, ay, he aquí que se detiene a admirar una fachada repleta de figuras y anfractuosidades, que se cae a cachos para demostrar su autenticidad, cuando oye a su lado:

– Aquí se guarda el grial. El auténtico. El genuino. El que contuvo la sangre. Precisamente tengo yo aquí uno de plástico para que vean cómo es. Palpen, palpen.


– Disculpe ¿cómo dijo?- interroga el griego
– El auténtico. Hala, al trenecito, que salimos.
La Academia platónica acabó por abandonar el idealismo y abrazar el escepticismo. Los cristianos la cerraron definitivamente.

Lo más leído