Abundan en mítica, literatura, cine y cualesquiera oportunidades de entretenimiento las parejas opuestas y oponibles; que si uno es arrojado el otro cobarde o si aquel admirable este odioso. En filosofía antigua nadie como Demócrito y Heráclito, el uno risueño y el otro gemebundo, contraste, si bien forzado y apócrifo, muy acreditado y difundido como suelen los falsos tópicos. A él nos abonamos en busca de esparcimiento veraniego.
Se encamina nuestra pareja hacia una de las cotas distinguidas del urbanizadísimo litoral español, cumbre de modelo tan poco modélico, el Abu Dabi hispano, la Babilonia de las sombrillas, la Gomorra de la tercera edad, el Albacete de poco más allá: Benidorm.
- Vaya un sitio para venir: tráfico de locos, ruido por todas partes, vecindario de colmena, sol abrasador y gentío de manicomio – refunfuña el de siempre.
- Lo justo para un veraneo perfecto – sonríe el de Abdera.
- ¿No irás a la playa con esta solana? ¿No sabes que el sol es un agente cancerígeno de primera, que la piel morena es una piel enferma? ¡No se debe salir en las horas centrales del día!
- Son las nueve de la mañana, Heráclito, vasito de leche. Los átomos no pueden destruirse y puesto que somos átomos…
- Prefiero la actual agrupación de los míos a cualquier otra, la verdad. Y cuidado con ese mar, se ven flotando átomos sospechosos.
- ¿No dices tú que no se puede uno bañar en la misma agua dos veces? Será limpia entonces, ¿no?
- Eso es… por otros motivos. Y me refiero a los ríos. El Mediterráneo tarda en renovar aguas una eternidad, nos bañamos en mugre ancestral de petroleros, cloacas urbanas, vertidos químicos y montones de microplástico.
- Así está de calentita, oye, qué gustirrinín.
Recogen nuestros filósofos al sol ardiente del mediodía, que en nada se distingue del ardiente astro que brilla en la península helena (lo saben aunque no lo digan), y se encaminan al chiringuito donde, augur de futuros desastres, el quejoso sabio de Éfeso ha reservado mesa sin que sirva de nada ante la avalancha de comensales y el hacinamiento de enseres playeros que obstruye la entrada.
- ¿Nos vamos a otro a ver si hay suerte? Hecatombe de sardinas que no has de comer, déjala correr.
- Cómo te mola el aforismo, guapín.
Y así continúan los días y las noches en un perpetuo y vacilante equilibrio entre un sentir melancólico en que todo fluye sin remedio y la única constancia es el cambio y otro que observa en esa pesadumbre su punto de gracia y risibilidad. De donde se concluye, en una filosofía que podríamos llamar simplismo postsocrático, que uno se conforma y disfruta cuando su ánimo está predispuesto y quien no lo hace es porque no puede o no quiere. Panta rei.