Empezaba esta serie en julio con una imagen de ‘La escuela de Atenas’, en las estancias pintadas por Rafael en el Vaticano. En ese famoso mural solo hay una mujer, Hipatia (en la imagen, ese detalle). De ella dice el historiador Sócrates el Escolástico, fuente cercana y fiable: «Había una mujer en Alejandría que se llamaba Hipatia, hija del filósofo Teón, que logró tales conocimientos en literatura y ciencia, que sobrepasó en mucho a todos los filósofos de su propio tiempo. Habiendo sucedido a la escuela de Platón y Plotino, explicaba los principios de la filosofía a sus oyentes, muchos de los cuales venían de lejos para recibir su instrucción». Con ella concluye esta serie festiva como mucho más seriamente concluyó, de forma simbólica, el pensamiento de la Antigüedad de forma abrupta: Hipatia no solo fue asesinada por una horda de fanáticos instados por el obispo Cirilo (más tarde santo y doctor de la iglesia católica), sino que la leyenda se apropiaría de su vida para convertirla en la biografía falsa de una santa, Catalina. Ya su padre, el astrónomo Teón, le había advertido: «Todas las religiones dogmáticas formales son falaces y nunca deben ser aceptadas en sí mismas como fin por las personas. Reserva tu derecho a pensar, porque incluso pensar equivocadamente es mejor que no pensar en absoluto».
Hipatia suele ejemplarizar la sofrosine –la sobrietas romana– la templanza y el autocontrol, la moderación y el equilibrio. Tomémosla como referente al final de los que fueron días menos atribulados para desafiar las urgidas demandas del regreso a la vieja normalidad, no por sabida menos apremiante. Si alguna herencia deja el verano es la mella en nuestras capacidades, la de restaurar los hábitos y la de llevar a término tareas complejas.
– Repaso: libros, sí; mochilas, sí; ropa lavada y planchada, sí; horarios bus, sí; permisos oficina y regreso, sí; aviso a la abuela para recogida, sí; súper, sí; guiso, sí; medicinas, sí; bañadores y toallas para la tarde, sí; carnés de la pisci…
El tiempo de las vacaciones no ha acabado del todo y se entremezcla con el de las obligaciones, ocio y negocio provocan mixturas de difícil gestión y endiablada intendencia. Solo un filósofo –más acostumbradamente filósofa aún– de celebrado estoicismo, presocrática visión, eficaz cinismo y platónica devoción sería capaz de afrontar este reto. Sirva de reconocimiento.
Porque si el asueto durase lo suficiente el trabajo se convertiría en vacación y tampoco es eso, finalicemos esta serie con el inicio del que fuera séptimo mes antes de la cuenta nueva que inició el emperador Augusto. Acabémoslo aquí, cuando aún exprimimos el recuerdo de lo que pudo ser y no importa ya que no fuera, de los ocasos plácidos y el tiempo desdeñado. Orson Welles nos ampara: conseguir un final feliz depende de dónde se decida detener la historia.