10/07/2024
 Actualizado a 10/07/2024
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Ayer, por recomendación de una amiga francesa, vi ‘Mon Roi’ que se estrenó en España como ‘Mi Amor’, una de las películas dirigidas por Maïwenn, cuyo último trabajo fue ‘Jeanne du Barry’, el film con el que muestra el lado más humano de la que fuese la amante favorita de Luis XV.

‘Mi Amor’ es una producción del año 2015 y narra la relación tóxica y psicológicamente violenta entre un narcisista encarnado por Vincent Cassel y Emmanuelle Bercot, en la piel de una abogada que se engancha a los vaivenes a los que le somete su pareja. La película cosechó críticas de toda índole, no hubo acuerdo entre los críticos acerca de su calidad. Hubo quien la calificó de «absoluto patinazo» debido a los excesos de emoción o sobreactuación de los actores. A mí me ha gustado y me ha parecido un buen retrato de la transformación que el maltrato psicológico puede operar en alguien. Lamentablemente, la historia está llena de ejemplos terribles, como el del escritor Ted Hughes, quien enterró a su primera esposa Sylvia Plath en febrero de 1963 después de que ella se suicidase y en marzo de 1969 enterró a su segunda mujer, Assia Wevill, también por suicidio. El tiempo y los documentos que se han rescatado han probado que Hughes era un maltratador implacable que repitió con Assia la misma estrategia que con Sylvia. Brutal a la hora de conseguir sus objetivos pasionales e igualmente brutal para despreciar el amor cuando ya lo había logrado. Contribuyó ampliamente (vamos a ser leves) a desguazar la vida de ambas escritoras, lo cual no obstó para que triunfase por todo lo alto.

La película de Maïwenn es una radiografía clara de las fases de este destrozo sistemático que lleva a cabo el narcisista y que escalan de forma tan gradual desde el paraíso al dolor más absoluto, que la víctima ni entiende el cambio ni está dispuesta a perder lo que considera un amor único. Esa resistencia a perder lo que se considera valioso, las triangulaciones constantes y la culpa inducida por el maltratador son las palancas más fuertes de manipulación con las que cuenta el narcisista.

Giorgio y Tony se reencuentran en una discoteca después de años de conocerse en la barra de un bar en el que ella trabajaba de camarera. Es ella quien se acerca a su mesa para preguntarle si se acuerda de ella, algo que él le recordará siempre: Tú te acercaste a mí, yo estaba con mis amigos, bebiendo, sabías cómo era y fue lo que quisiste para ti. De una historia de amor idílica (demasiado idílica para ser verdad) y de compromiso rápido (demasiado rápido para ser prudente), la pareja pasa a compartir episodios en los que él se muestra sin máscara, tacha de intransigencia cualquier rasgo humano de su pareja y castiga cada vez con más fuerza los intentos de diálogo. El suicidio frustrado de la anterior pareja de Giorgio será un pequeño anticipo de lo que a Tony le espera. Pero como si se tratase de una tragedia, ella no lo ve, ella vuelve una y otra vez al lugar del dolor. Narrada desde el presente, mientras Tony se recupera de un accidente que la mantiene en rehabilitación, los flashbacks van encajando las piezas del corazón roto y la mente revuelta de la protagonista, a la que lo mejor que le podía haber pasado es ese paréntesis de distancia y reposo.

Admito que no soy fan de los flashbacks y que si puedo contar algo en presente los elimino de cualquier ecuación, pero en esta ocasión no me molestan, funcionan bien y dan cierta profundidad temporal a una historia que como algunos de ustedes sabrán, dura toda una vida, ya que desligarse de un narcisista es poco menos que imposible. Lo es por la memoria de algo tan perfecto como irreal y lo es porque el narcisista se encarga de machacar al niño interno de su víctima a tal punto que cualquier relación que llegue después parezca inmerecida y mezquina. Sólo un trabajo consciente, una fuerza de voluntad sostenida y contacto cero, son métodos capaces de curar la herida infligida por un narcisista. Y desde luego, no lo llamemos amor. 

 

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