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Mi trabajo ‘online’

05/02/2025
 Actualizado a 05/02/2025
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Cuando acabé en la Universidad, encontré que mi carrera, más vocacional que práctica, tenía escasas salidas. Tuve trabajos diversos, sin futuro, pero para ir tirando me bastaban. Algunos en el extranjero, que me vinieron muy bien. Hasta que me llamaron a la mili.

Al salir encontré una actividad que luego compaginaría con mi trabajo estable. Una labor creativa que podía llevar a cabo en el ordenador. Ahora, por lo que veo, fui una de los precursores del trabajo desde casa que tanto se ha impuesto, de un tiempo acá. Así, las empresas –como si nos hicieran un favor– ahorran en luz, en calefacción, en consumibles y en quebraderos de cabeza.

Pues me refiero a la traducción que, en realidad es la versión de una determinada obra. No hay equivalencia entre las palabras de un idioma a otro y lo de la traducción literal estaría plagada de errores como las instrucciones de un aparato chino. De ahí el proverbio italiano: «Traduttore... traditore».

El proceso consistía en que recibías el original del editor y firmabas un contrato con un plazo de ejecución y la forma de pago. Al final el texto era revisado por un especialista para garantizar la calidad del producto.

Cuando subo hacia la Virgen del Camino, veo con tristeza las intalaciones desiertas de lo que fue Everest y, en particular la colección juvenil ‘La Torre y la Flor’ de la que me encargaron la traducción de un ejemplar. Un mercante que partía de Brest con destino a Panamá. Me pregunto si los marinos del Juan Sebastián El Cano de la Armada Española –con la Princesa a bordo– tendrían las mismas supersticiones y los mismos fantasmas que el ‘Pájaro de la Muerte en el Cabo de Hornos’, que era el título.

La cosa no fue fácil por la carga de términos náuticos, partes, componentes, mediciones, maniobras y la complejidad de un barco. Mi primer tropiezo fue cuando describiendo la nave decía que las velas eran de ‘Locronan’. ¿Sería el género? ¿la forma? ¿la denominación? Como no conseguí averiguarlo, lo dejé tal cual.

Al cabo de unos años, en un viaje atrabiliario por Bretaña, llegué a un pueblo gris por el granito de las casas, el pavimento, el cielo... a cuya entrada un lerero indicaba: «Bienvenus à Locronan». Mi sorpresa no fue tan grande como la de haber acertado, dejando la palabra como era. ¡Un topónimo!

Pero uno de los libros con los que más disfruté fue ‘Eros Romano’ –delicioso, inquietante– encargado por la Universidad Complutense. ¡La misma de Begoña Gómez! Ya me fastidia en lo que la han convertido a su paso. Aunque mis honorarios no fueran los mismos. Cobraba yo 500 pesetas por página y si alguna amiga me llamaba para salir, siempre llegaba tarde: Una página más quinientas, dos páginas mil... y así sucesivamente. Por mi codicia, más de una relación arruiné.

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