Esta semana he vuelto a Alemania veintidós años después de mi periplo personal y profesional por tierras germanas. Este reencuentro con mi pasado estuvo marcado por un componente lúdico, ya que el motivo de este viaje familiar era visitar los mercados navideños alemanes. Eso sí, además de disfrutar del Glühwein, del Käsespätzle y de las salchichas en sus múltiples variedades también planificamos varias visitas de turismo histórico, destacando entre ellas el campo de concentración de Dachau.
Todos tenemos grabadas las imágenes de las montañas de cuerpos humanos apilados como despojos a la espera de ser quemados en los hornos del horror nazi. El mundo conoce esta barbarie cometida no hace tantas décadas en suelo europeo. Muchos libros de historia, películas y documentales se han dedicado a analizar el perfil humano y psicológico de Hitler y de sus lugartenientes. Pero dejando a un lado las caras más visibles y conocidas por todos, mientras recorría el campo de concentración de Dachau no paraba de rondarme la idea de cómo millones de personas habían mirado hacia otro lado durante esos años y las implicaciones morales y éticas que se desprenden de esa actitud.
Es una evidencia que, ante un delito o un hecho reprobable, el máximo responsable es el que comete dicha acción, pero no podemos obviar ni dejar pasar por alto la complicidad de las personas que por el motivo que sea deciden ignorar conscientemente lo que sucede a su alrededor. Pero cuidado, no seamos oportunistas y descarguemos sobre la población alemana de la mitad del siglo pasado nuestra ira, pretendiendo salir indemnes en nuestra tierra patria. Aquí también hubo gente que miró para otro lado ante las salvajadas cometidas durante la Guerra Civil y la posterior dictadura de Franco. Y si no viajamos tanto en la máquina del tiempo, es de obligado cumplimiento recordar cómo una parte importante de la sociedad vasca callaba ante las amenazas y asesinatos de la banda terrorista ETA, dejando solas y aisladas a las víctimas. Y qué decir de los silencios cómplices que siguen existiendo actualmente ante casos de violencia de género o de bullying.
Lo sencillo ante las injusticias es mirar para otro lado. La historia así lo demuestra. Menos mal que hay gente que se sacrifica dejando sus miedos a un lado y lucha contra los verdugos. Y mientras escudriñaba con mis ojos vidriosos los hornos del crematorio de Dachau, me atormentaba el dilema moral de la elección entre ser cómplice de una injusticia mirando hacia otro lado o rebelarte sabiendo que a lo mejor te conviertes también en víctima.