Ya no hay Reyes con incienso
ni tazas de oro.
No quedan magos lapislázuli
ni escarlata;
no los oigo cabalgar.
Por esa razón,
al verlos en el desierto
(sus coronas bocas rojas,
mirando al cielo con asombro),
les pedí tres regalos:
que me ames con tu médula
y tu sed;
que me hables con tu rabia
y tu cintura,
que me escuches con tus labios.
Y este último:
que cantes en mis sueños sin desfallecer.