Si, a lo largo y ancho de la historia, la mujer occidental se ha ido desvistiendo de sumisión inferioridad y menosprecio hasta alcanzar aproximada igualdad respecto al hombre, no ha ocurrido lo mismo en otras partes de la Tierra, aún hoy dominadas por un machismo místico dominante y culpable de la desigualdad sexual que se precia imperecedera.
En una de esas partes, como Afganistán, debido a la vuelta al poderío de los fanáticos e intransigentes talibanes (‘estudiantes’, en el lenguaje pastún) en agosto de 2021, de la esperanza de progreso y empoderamiento que se había conseguido, este país se ha transformado en un vendaval de restricciones draconianas que silencian y someten a mujeres y niños. Con el gobierno talibán, cada faceta de la vida de una mujer ha sufrido transformaciones radicalmente abusivas.
¿Pero qué dicen los propios talibanes al respecto? Pues niegan las denuncias de discriminación de género, argumentando que actúan conforme a la sharia, ley islámica o código de conducta de lo permitido o prohibido que incluye normas y criterios de moral muy restrictivos. En virtud de ello, la educación ha sido transformada en un espejismo inalcanzable bajo el estricto régimen talibán. Las aulas, no ha mucho tiempo abiertas, ahora están cerradas a los niños y mujeres jóvenes. La participación pública, un camino hacia la igualdad, ha sido brutalmente limitada. El espacio político y laboral se ha estrechado y las oportunidades, que alguna vez prometieron e incluso apuntaron hacia un cambio social significativo, se han evaporado.
Poco después de que los talibanes asumieran el poder en la fecha citada, prohibieron a las mujeres el acceso a la enseñanza superior. Al principio, se impuso una estricta segregación por sexos, dividiendo a mujeres y hombres. Pero a finales de 2022, un decreto emitido por el Ministerio de Educación afgano expulsó por completo a las mujeres de los espacios de aprendizaje.
De las particularidades restrictivas al sexo femenino, es de destacar que las mujeres tengan que cumplir un estricto código de vestimenta, sometiéndolas a normativa extrema, como es la obligación de ir cubiertas de la cabeza a los pies con una indumentaria peculiar llamada burka. ¿Por qué motivo? Pues, para evitar «causar tentación». Bingo. Aquellas que no lo acaten se enfrentan a castigos con azotes, palizas y abusos verbales.
Tampoco las mujeres pueden salir de sus hogares, al menos que estén acompañadas de un hombre de parentesco cercano, como padre, hermano o marido. Por ejemplo, para subir al autobús, la mujer tiene que ir obligatoriamente acompañada por un hombre. Hasta el uso de zapatos de tacón le está vedado a la mujer afgana, bajo la estúpida premisa de que podrían producir un sonido al caminar que sería escuchado por los hombres, incluso se prohíbe mirarlos, a no ser que sean familiares.
Otra de las medidas más severas es evitar el sonido público de la voz de las mujeres, como cantar, recitar o hablar frente a un micrófono.
En resumen, el mundo femenino afgano se enfrenta a un oscuro panorama bajo el régimen talibán. A pesar de ello, hay mujeres valientes defensoras de los derechos humanos que intentan coordinar protestas, se reúnen y se manifiestan, tratando de resistir y defender su libertad.