web-luis-gray.jpg

El modelo de Aquiles

28/01/2024
 Actualizado a 28/01/2024
Guardar

¿Existen modelos a imitar? ¿Deberían existir? ¿Los necesitamos? ¿Es legítimo censurar a alguien por traicionar la idea que nos hicimos de él? Nos hemos acostumbrado tanto a la ficticia excelencia de seres imaginarios (hasta se les otorgan distinciones y honores) que la queremos para los de carne y hueso. Pero si algo enseñan muchos mitos antiguos es a no seguir el ejemplo de sus protagonistas, aprender de su trágico destino y desear una vida distinta a la suya. Son héroes porque, incluso a sabiendas, se pusieron en manos de una fatalidad cuyo designio combatieron aun condenados de antemano. No son ejemplos salvo para esquivar las decisiones o el carácter que les condujeron a tales infortunios.

Así Aquiles. Los relatos sobre el Pélida, en especial el homérico, dibujan un guerrero extraordinario, capaz de dar la vuelta a una batalla, de decidir una guerra, pero no descubrimos en sus lances otras virtudes que las combativas, antes al contrario, se trata de un personaje furibundo, caprichoso, fatuo, solo apiadado excepcionalmente y a menudo movido por hilos ajenos, impelido por la venganza o la cólera que refieren los primeros versos de la Ilíada. Aquiles no nos conforta ni ofrece guía de comportamiento: a menudo hace lo contrario. Los héroes suelen distinguirse en alguno de los atributos que aprecia el pueblo: arrojo, fuerza, determinación… los de un concreto campo de acción. En el resto son inquietantemente deficitarios.

Así Nadal. El tenista siempre ha sido admirado, con razón, por su resistencia, su capacidad, su brío… Características de su juego que queremos de su personalidad. Pero no es un ejemplo. No lo es incluso en lo deportivo, lastrado por lesiones que tanto exigen a su extraordinario físico cuyo camino no debería recomendarse a nadie; en ese sentido es también una excepción. Y no lo es, por supuesto, en su comportamiento, retratado ahora con ocasión de su fichaje para representar a uno de los regímenes más deplorables del mundo. Nos solazamos en exaltar y rememorar épicas victorias en la tierra o la hierba, las galopadas y disparos de Cristiano o los inverosímiles golpes de Jon Rahm. Pero no son más que habilidades, extraordinarias habilidades. Juzgar a los humanos no por su obra sino por su comportamiento personal deja pocos ilesos. 

Quizás sea hermoso suponer al héroe un cúmulo de perfecciones que no tiene, creer que Aquiles, además de violento, puede ser sabio y generoso, encarnar aquellos dones que los griegos tenían por excelsos. Ulises es inteligente, pero también artero. Suponer que nuestros admirados deportistas, escritores, cineastas, etc. son, además, hombres buenos, éticos y ejemplares es gratificante. Pero los héroes no son perfectos. Ni los dioses lo eran. Quizás el error esté ahí, en pensar que deben serlo, en exigirles que lo sean, en haber malinterpretado el significado de los mitos. 

Lo más leído