Un buen amigo, vecino de los chalets a la entrada de Carbajal de la Legua, me contó que se había quedado perplejo ante la cualidad y buen estado de todo un mobiliario de salón depositado junto al contenedor de la basura. Sin embargo, no es raro en las sociedades «avanzadas» desechar aquellos objetos que ya no entusiasman, por surgir en el mercado algo más práctico, nuevo estilo, otra moda o singular atractivo de relevo; habiendo, claro es, dinero suficiente para el reemplazo. Por ello resulta hoy apropiada la locución verbal de «se tira la tira», esto es, desprenderse en grado sumo sustitutivo de lo que ya no presta.
No es de hoy advertir que muden los tiempos, clima, voluntades, moda, etc.; y que continuamente veamos mudanzas debidas a nuevas apetencias, gustos y preferencias. No obstante, cuando uno, ya octogenario, andaba en la edad de la inocencia, nada se desechaba, todo se reutilizaba en el propio seno familiar. Qué decir de la ropa. La madre o el sastre te recomponía la usada por papá. Recuerdo que la compra de mi primer abrigo no arropó mi cuerpo hasta poco antes de ir a la “mili”. Como también recuerdo el asentamiento en la acera del lañador o «componedor» que se ofrecía con voz estrepitosa para reparar los cacharros averiados. Qué decir de los televisores. En principio se reparaban por cambio de lámparas, condensadores, resistencias, etc. Cuando hoy un televisor ya no da imagen o sonido va directo a la basura. En resumen, lo que hoy ya no funciona o, simplemente, ya no gusta, se elimina.
La era industrial y postindustrial se caracterizó por ser una «sociedad estable o sólida». Sin embargo, en la época actual la sociedad es «líquida», porque todo fluye como el agua de un río. Esa época industrial o «sólida» ha dado paso a la «modernidad líquida» que se rige por la globalización y el consumismo. Cada vez tenemos más deseos de sustituir las cosas a la velocidad del rayo. La modernidad líquida vive, pues, en el constante deseo y éste es continuamente reemplazado por otro, y así sucesivamente.
Las personas somos como el recipiente que alberga el líquido, adaptándonos a tantas formas como sean necesarias para sobrevivir, amoldándonos al devenir y a los acontecimientos de la vida líquida. La expresión «vida y modernidad líquida» la acuñó el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman (1925-2017, Premio Príncipe de Asturias en 2010), como una civilización de excesos, redundancia y eliminación de deshechos. Lo líquido es una metáfora regente en la época moderna por los continuos e irrecuperables cambios. Lo que hoy es todo mañana es nada. Las palabras han perdido para siempre toda fuerza y significado. Vivimos un aquí y un ahora en estado puro. Readaptarse o reciclarse es práctica habitual en la modernidad líquida. Empresas y trabajadores buscan esa «liquidez», esa versatilidad al cambio. Quien se quede anclado en la sociedad «sólida» y no «fluya» con el resto de acontecimientos es totalmente olvidado y engullido por la corriente.
En resumen, la vida líquida es una vida precaria y vivida en condiciones de incertidumbre constante. Un claro ejemplo son las Redes Sociales donde se despersonaliza la convivencia y el trato. El amigo pierde valor y se enfatiza al conocido.