Compruebo que desde hace muchos años, a veces, se me va la cabeza. Y nada tiene que ver con la acumulación de primaveras. Quía. Ya, con veintiún años, di claros síntomas, merced a contadas y respetables personas cuya buena memoria guardo, y llegué a imaginarme en este país unas derechas liberales, ilustradas, modernas, capaces de creer y respetar la democracia y el Estado social y democrático de Derecho.
No ficciono, no miento, créanme. Por ejemplo, el pasado 10 de noviembre, cuando fue herido en Madrid, en plena calle, Alejo Vidal-Cuadras, al oír la noticia, sin voluntad alguna mi cabeza se fue al asesinato de José Calvo Sotelo (1936); o, cuando he visto la marcha y oído el ruido de las recientes tractoradas, se me ha ido en ocasiones a Gaza e imaginado el pavor que debe ser ver un tanque dirigir su cañón hacia tu casa o tu escuela o tu hospital.
Hoy, domingo en que escribo, ante las cosas leídas y escuchadas sobre la carta a la ciudadanía del presidente Sánchez y su reflexión –(tres moscosos y un fin de semana, ¡qué escándalo! ¡Tranquilos patriotas!, serán días en que el perro no les morderá)– se me han ido testa y neuronas a mi Oviedo de nacencia. A su desaparecida industria textil: Mantova, a sus impermeables y bañadores. No es raro este último viaje mental, observando cómo tanto lince se mantiene impermeable ante la grave situación política presente, sin más bajo el gabán que el bañador. A la espera de conocer hacia que orilla hay que bracear. De mojarse, sobre seguro.
Por mí parte, compartí públicamente que, «Frente a las manos blanqueadas que no limpias y jueces que desoyen al Tribunal Supremo; frente a los brazos y las manos extendidas al cielo, frente a las caras al sol, frente a los quietos brazos y las quietas manos que a los anteriores animan; frente a quien sólo insulta y no presenta alternativa alguna, frente a los que siempre procuran deslegitimar el resultado de las urnas, frente a los que invocan la patria como si fuera una finca exclusivamente suya, frente a los de siempre, vamos, decía a Pedro Sánchez, desde mi espíritu crítico y público y firmado y rubricado, que, aun los que estimo errores, los que tengo por desaciertos, que aun todas mis críticas y disensiones: ¡Claro que vale la pena, presidente!», y más tarde firmé como ciudadano el Manifiesto de los periodistas.
Así, mojado se lo cuento mientras canturreo «España, camisa blanca de mi esperanza/ Aquí me tienes, nadie me manda/ Quererte tanto me cuesta nada». Mojado, sí, mas nunca hundido.
¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos.