Más de una vez nos hemos preguntado a ver por qué hay tanta obsesión en esto de la protección de datos, si no hay secreto que no llegue a descubrirse impunemente. Y si no, que se lo pregunten al Rey Emérito y a la viuda de Ángel Cristo. En realidad tampoco se ha desvelado ningún secreto. Entonces surge la pregunta de por qué lo que sucedió hace años se ha puesto ahora de actualidad. Independientemente de la culpabilidad del hijo de la vedette, no cabe duda que el tiempo dedicado a hablar de las aventuras amorosas del Rey y la Rey resulta especialmente valioso para algunos. Mientras se habla de la apócrifa pareja ‘real’, habrá menos espacio para hablar de la ‘catedrática’ de la Moncloa. Y, a su vez, alguien encontrará aquí argumentos para dinamitar la monarquía.
No sé si en las tertulias familiares o en los bares, a raíz del tema que ahora lidera la prensa del corazón, habrá grandes debates sobre lo que es más conveniente para España, si la monarquía o la república. Desde luego que, si una hipotética república en España sigue por el mismo camino que las dos que nos han precedido, mejor seguir con la oración de «Virgencita, que me quede como estoy». No vamos ahora a hacer un balance de lo que supuso la monarquía en aquellos momentos. Habrá habido de todo. Así, no es lo mismo Felipe II o Carlos III que Fernando VII. Pero hablemos del presente.
A todos nos entristece la conducta tan poco ejemplar en algunos aspectos de la vida de Don Juan Carlos I. Tal vez la diferencia con otros personajes públicos o anónimos es que lo de ellos no ha salido a la luz o no ha tenido publicidad. En todo caso no se justifica lo que está mal. A pesar de todo, no podemos negar que Don Juan Carlos ha liderado ejemplarmente la transición a la democracia y ha sido el mejor embajador de España en el mundo. Sus debilidades no deberían empañar las cosas buenas que ha hecho y lo que nos ha dejado: un sucesor, Don Felipe VI, que sabe estar y una futura reina que, si no dinamitan la monarquía, será el orgullo de los futuros españoles. Y una reina consorte, Doña Sofía, que ha sabido mantener la dignidad que no siempre ha tenido su esposo. Sin duda, más de una vez sería consciente no tanto de ser la esposa de un rey que le era infiel, sino la madre del futuro rey de España. Si esto añadimos la baja calidad moral del presunto máximo aspirante a la presidencia de la República, esforcémonos en conservar como un tesoro la monarquía. De momento es casi lo único que nos queda.