Toda la tarde de ayer estuve flagelándome. Escribí mil veces «no vuelvas a hablar de política en el artículo de La Nueva Crónica», y otras mil «deja de dar argumentos a los enemigos». En esto soy como la pobre Mafalda que, en unas maravillosas viñetas y viendo a su madre limpiar la casa como una vietnamita, sólo se la ocurre decirla: «si la tierra es para quién la trabaja, ¡vaya hacienda que tenéis vos!», lo que la llevó a ser castigada..., a comer toda la sopa.
No; no debo hablar de política porque me esnorto y escribo cosas de las que me tengo que arrepentir inmediatamente. ¡Un desastre! En el artículo que envié ayer al periódico, entre otras lindezas, llamaba cosas muy feas a los que iréis a votar el domingo... ¡Y menos mal que no se me ocurrió llamaros «monos»!, porque, de haberlo hecho, hasta Lula me hubiera puesto pingando. Esta es la razón (excusaros de leer todas las bobadas que redacté ayer), de que tenga que escribir este artículo... ¡Bastante tengo con intentar salvar los muebles (y la cara), cada vez que me encuentro con uno de Villanueva a base de excusas por haberlos llamado «gañanes»!
Pues eso, que votéis si os apetece, ¡qué le vamos a hacer! Yo no votaré, ¡por supuesto!, porque me produce fiebre y taquicardia y lo primero es la salud.
Hablando de lo del mono... Estúpidos y deficiente hay en todos los sitios, incluso en los campos de fútbol; gente que encuentra una vía de escape a sus frustraciones insultando al árbitro todo el partido (incluso antes de empezar), metiéndose con la figura del equipo contrario (para la historia queda lo que le cantaron en el campo del Mallorca a Cristiano: «¡Es una Barbie, Cristiano es una Barbie»!), o cuando en el Bernabéu llamaban «subnormal» a Messi... A título de anécdota, mi padre estudió en Vitoria con el mayor de los hermanos Jones, negro y guineano, que quedó campeón de Euskadi (entonces País Vasco), de los cien y de los doscientos metros lisos. Su hermano pequeño, que también estudió en los Corazonistas, jugó en el Atlético de Madrid, y fue el mejor amigo que tuvo un tipo tan extraordinario como Luis Aragonés. Por supuesto, los hermanos Jones eran españoles, puesto que Guinea Ecuatorial era una provincia de España, como León o Madrid. Quiero decir que conque me flagele yo es suficiente. Que tengamos que hacerlo como país me parece una desmesura. Y que los tontos (¡esos sí que son tontos!), que aprovechan esta historia para denigrarse y denigrar a su nación es de mear y ya sabéis. El presidente de la Federación de Fútbol, los periodistas vacuos, sin ideas propias, y los políticos (¡siempre los políticos!), que puesto que el Pisuerga pasa por ‘Valladolor’ creen que es preciso hacerse el harakiri como nación, son los que tendrían que callar y no lo hacen, ¿para qué?, si lo que mola es abrir la bocona y decir la primera chorrada que se te ocurra.
El sujeto que nos ha llevado a esta desmesura es un chaval al que le viene grande la fama. Se cree que es el mejor jugador del mundo mundial y, hasta ahora, no lo ha demostrado. Es bueno, ¡claro que sí!, pero pensar que, a día de hoy, supera a los mentados Messi, Cristiano, Haaland o, incluso a Iñaki Williams, es de ser un creído, un tarambanas que no sabe dónde tiene la bota derecha. La prensa, ¡siempre la prensa!, le ha desquiciado, elevándolo a un estatus que no tiene, digan lo que digan. Resulta curioso que de los seis o siete jugadores que tiene el Real Madrid que son negros, sólo le insulten a él. ¿Qué pasa, que los demás pasan inadvertidos?, ¿qué los confunden con negros venidos a menos, como el gran Michael Jackson? El asunto, cree uno, es que cuando vas de campeón del mundo, de estrella, de genio y no lo eres, la gente se cabrea y si encima estás justo de luces, amparado en el anonimato de la masa, pues eres capaz de decir las mayores barbaridades que se te ocurren en ese momento. En la antigua ‘Puentecilla’, uno vio muchos partidos de la Cultural. Lo hacía desde ‘preferente’, al oeste del campo. Todos los domingos, sin faltar ni uno, había un propio (metro sesenta, bigotes, barriga cervecera), que no veía el partido. Se pasaba todo el rato persiguiendo al juez de linea, llamándolo de todo menos guapo: las mayores barbaridades que os podéis imaginar, desde acordarse de sus muertos a llamar puta elevado a la enésima potencia a la santa madre del linier. ¿El partido?, pues era lo de menos. Lo importante era meterse con la autoridad, aunque fuese tan poca. El último año que fui a ver a la Cultural (que bajamos a Tercera División), al pobre hombre le costaba seguir al pobre juez de línea, porque se ahogaba; pero lo intentaba y creo que los insultos eran más gordos de lo habitual. A mí, entonces, me causaba sonrojo su aptitud. Ahora, mil años después, la entiendo: los diablos de cada uno importan mucho más de lo que pensamos... Y si, encima, te provocan, ¡fuera monstruos, fuera prejuicios! Salud y anarquía.
Mono
25/05/2023
Actualizado a
25/05/2023
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