Aun cuando tuve una semana triste y nublada, el domingo no pude contener la risa al leer varias versiones del mitin dado por el arzobispo de Oviedo en su celebración del día de la Virgen de Covadonga y después releer esa parte del versículo veintiuno del capítulo veintidós de la vida y doctrina de Jesucristo escrita por Mateo Levi, el evangelista, que dice: «Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». No, no pude reprimir la risada.
Parece ser que no es la primera vez que, en igual fecha y viendo su auditorio repleto de público, se viene arriba el orondo clérigo y, más mitinero que homilético, trata sobre asuntos más propios de los ámbitos político y cesáreo o civil.
Quizá para él, hombre al fin, sea más fuerte su tentación verborreica que las resistidas por José, el esclavo de la zarzuela ‘La corte del Faraón’. Y quizá si meditase sobre su sexo, estado, condición y categoría laboral, más debiera cuidarse de imitar el humilde y prudente obrar en tal opereta del casto general Putifar y, así, procurar cristianizar con mesura a propios y extraños en el «dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César» y no –bien amparándose en la imposible réplica aquí y ahora, bien en la tercera acepción de ‘obispo’, ‘morcilla grande’– dar morcilla sobre temas de orden cívico cual fuera jefe provincial del movimiento… voxísta, por ejemplo.
Más, tampoco tengo al lenguaraz prelado como único responsable del dislate, pues si mermase la audiencia acaso no sintiese esa tentación más provocadora, por lo laico, que proselitista por lo religioso. Por esto, sigo preguntando: ¿qué coño o carajo pintan los representantes de los poderes públicos en su desempeño –a título oficial, digo– en actos religiosos cuando nuestra Constitución establece que «ninguna confesión tendrá carácter estatal»? Mejor esté cada cual a lo suyo. Los clérigos de vario grado a la atención de la espiritualidad de sus fieles y los cargos públicos a la materialidad de toda la ciudadanía; ¿no tienen ya bastante que limpiar y ordenar los unos en su casa y clerecía y los otros en la eficaz y transparente gestión de todos los asuntos públicos?
Esa convivencia, si no connivencia, entre Iglesia y Estado apesta demasiado a viejo y putrefacto régimen. Mejor cada uno en su casa, y dios, si lo hay –que no sus intérpretes–, en la de todos. Mas quizá todo sea que uno prefiere vivir y condenarse por lo laico. Así que, por mí, que le den morcilla –¡y grande!– al mitrado de Oviedo. Amén.
Buena semana hagamos y tengamos. ¡Salud!