23/12/2023
 Actualizado a 23/12/2023
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De entre todas las plantas que asociamos a la navidad, como el acebo, las ramas de abeto o la flor de Pascua, el muérdago es mi favorita. No hunde sus raíces en la tierra, sino que aprende a arraigarse en el tronco de otros árboles, por lo que su espíritu siempre flota en el aire. Ese instinto de supervivencia ha logrado que a lo largo de los siglos la humanidad le haya otorgado propiedades mágicas, ya sean estas curativas o actúen como aliados de Cupido.

Su magia proviene de antiguas leyendas escandinavas y desde tiempos ancestrales colocar una rama de muérdago en la puerta de una casa es sinónimo de paz y amor.

La navidad es en sí misma una tregua, por eso no es de extrañar que el muérdago sea uno de sus símbolos. Ojalá esa tregua pudiera aplicarse a las guerras que actualmente acosan al mundo. Ojalá las enfermedades terminales cesasen en su vértigo, se paralizasen atracos, desahucios, pérdidas… Pero también es cierto que la humanidad nunca ha podido sortear los desastres y la navidad ha logrado abrirse camino a pesar de la hostilidad de algunos corazones.

Un año se termina y otro llega para renovarse. Hacer balance y pensar en todo lo que aún nos queda por vivir. Es época de propósitos y enmiendas y el amor sigue estando en el aire con vocación vencedora. Frente a los malos augurios rendirse nunca será una opción. Si seguimos respirando es porque estamos vivos y el simple hecho de latir es un milagro. Aprovechemos lo que somos, el tiempo que nos queda. ¡Viva el carpe diem!

Nada perdemos al apasionarnos y el futuro es una promesa por ganar. Apaguemos los malditos móviles que interrumpen absolutamente todo y centrémonos en lo importante, en ese muérdago protector que invita a besar. Acurruquémonos en su luz, ya que nos llama. Ganemos la batalla a los relojes. De amar, de eso se trata.

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