El Museo Diocesano y de Semana Santa es una mentira en sí mismo. Una paradoja. O una (permanente) tomadura de pelo. Existe como continente (se recibe en un magnífico edificio propiedad del Obispado, muy cerca de la Catedral de Santa María de Regla), pero no como contenido. Una filfa desde su creación. Tanto nadar –que algunos papones quedaron exhaustos del continuo braceo en aras de su consecución– para, al final, agonizar en la orilla. El cuento de la lechera.
Y las verdades del barquero por delante. Dada la inoperancia de unos y otros –Obispado y la ‘arrendataria’ Junta Mayor de Cofradías– la competencia museística, un año más, se halla en la iglesia de Santa Nonia –la vieja capilla erigida en honor de la esposa de san Marcelo–, porque las dos corporaciones de encapuchados allí radicadas, Angustias y Soledad y Dulce Nombre de Jesús Nazareno, han vuelto a echar el resto. El resto y el alma. Y, con excelente criterio y ganas de trabajar, que es lo fundamental, vuelven a avalar el bautizado como ‘museo de verano’, con la exposición de diversas y excelentes piezas, propiedad de las citadas organizaciones penitenciales. Merece la pena respaldar el empeño.
En la página web de la Junta Mayor se recoge un texto (con el encabezamiento de ‘Historia’), escrito por uno de los más destacados cofrades de la capital leonesa, por su inalterable compromiso con la Pasión y sus consecuencias. «…y cuando estas líneas se redactan –señala– el proyecto del Museo va concretando su ubicación en el claustro sur del Seminario Mayor…». Y concluye, cual aspiración, a «que esta breve historia sea pronto superada por la llegada del museo y toda la nueva estructura que esa realidad histórica aportará a la ciudad de León y su Semana Santa». La instalación llegó a término el 1 de julio de 2020, fecha de su inauguración, y en palabras del prelado Julián López Martín, por entonces al frente de la diócesis de San Froilán, serviría «para proyectar a todos los visitantes la forma de ser y vivir por parte de los leoneses de la Semana de Pasión». Pues no.
Lo curioso del hecho es que nadie alza la voz de manera pública por la dejación de que es objeto el museo. Al menos de manera oficial. Que en las barras de los bares y capillitas anexas se escuchan discrepancias, críticas y soluciones, que jamás se denuncian y se ponen sobre la mesa. Y mucho menos aún lo hacen los melifluos afectos y una serie de apocados personajes –próximos a la oficialidad imperante y rampante–, amparados por su marcado vasallaje. Los mismos que, después, embozados y más falsos que Judas, ponen a parir, con la boca llena de basura (lo suyo sería decir de mierda), a quienes, sin ambages, se atreven a poner en solfa tanto despropósito y parasitismo. Y tanta mediocridad.