Mirado de cierta manera, todo museo es una herramienta de colonización, cultural, social, política y, a veces, incluso física. Fraguados en el ardor revolucionario del XIX, pronto se convirtieron en arquetipo de la conservación en muchos sentidos, no pocos relacionados con el mantenimiento de un statu quo ideológico, formal o académico contra el que se levantarían sucesivos movimientos a lo largo del siguiente siglo para acabar albergados, de nuevo, en él. Respecto a sus colecciones, no existe museo que pueda arrojar la primera piedra, aunque la mayoría hayan reflexionado y actuado sobre este asunto central de múltiples formas en un proceso acelerado en los últimos años. Mucho antes de que el ministro de Cultura actual desatara una tormenta mediática en foros de derechas mencionando una descolonización patrimonial y sobre todo ideológica en curso desde hace décadas, los museos, en particular europeos y norteamericanos, se veían movidos a revisar la legitimidad de sus colecciones y lo que se afirma con ellas mediante diversas operaciones, muchas discursivas y técnicas, algunas judiciales y forzosas y otras pactadas, unilaterales incluso. Nada peor para un museo que dilapidar su reputación por conservar unos bienes que reconozcan ajenos una mayoría social, una sentencia justa o un pasado histórico oprobioso. Un museo también puede convertirse en pieza de museo.
Si bien lo antedicho ubica estas instituciones en una etapa de replanteamiento de cierta y antigua voracidad, encauzada desde hace décadas en normas deontológicas y legislativas, no todos los casos son iguales ni todas las demandas son justas o viables, ni siquiera lógicas. Tampoco cabe forzar comparaciones o meter todo en el mismo saco y aprovechando el río revuelto pretender pescar. Usar con ligereza, ignorancia o mala intención palabras como colonialismo, expolio o devolución hace flaco favor a la cultura y a los museos y al entendimiento que estos proponen y practican. No cabe hablar de expolio o colonialismo entre colecciones de museos del mismo país porque existen leyes de patrimonio, museísticas y otras que lo impedirían. Por legítimas que sean las reivindicaciones, quienes custodian bienes procedentes de un lugar que está en el marco territorial y cultural que les compete sencillamente cumplen su cometido. Cosa distinta es la reordenación de colecciones por motivos territoriales, asunto que se aplaza por su espinosa repercusión política pero que está normalizado en textos y prácticas legales y profesionales.
Mientras los procesos de descolonización, que no solo ni necesariamente consisten en ‘devolver’ objetos, se suelen desarrollar en escenarios de serenidad y entendimiento, siempre hay interesados en calentar ánimos y denunciar fantasmas que apenas conciernen a los museos y sus visitantes, a la ciudadanía que los mantiene y los celebra. Esta semana el gobierno colombiano reclamó el llamado Tesoro de los Quimbayas, joya del Museo de América. Ayer sábado se celebró el Día Internacional de los Museos. Los museos siguen vivos.