Hoy el viejo Antonio repone el brazo de la muñeca manca en su quirófano privado. No encontró un donante con el mismo color de piel, pero no importa, el caso es que encaje con el cuerpo. El siguiente de la lista es un soldado con una sola pierna. A lo lejos, unos acordes de chelo atraviesan el aire y el cirujano reparador de pequeños mundos, parece oírlos y seguir su ritmo mientras tiñe el brazo conseguido, hasta igualarlo con el tono de la pequeña paciente receptora. La muñeca está en Madrid y el chelo en Palencia. Antonio, entre cajones, alicates, alambres, serrín y muñecos rotos. John, sentado en la Calle Mayor de Palencia lanzando música al aire, aunque últimamente se le puede ver en cualquier acto benéfico o cultural que se precie. En chándal o smoking, entre mármoles y maderas nobles o sentado en un suelo empedrado, John y su chelo siguen siendo los mismos.
Hay que irse. La puerta está entreabierta y sobre la mesa, una agenda se empeña en abrirse por el lado ya vivido, como si los días aún blancos no importasen. Llega el momento del repaso antes de cerrar el equipaje y revisar cajones antes de trancar puertas y cuarterones. Aunque aún estás en casa, ya te sientes lejos y cuesta retroceder por ese pasillo en el que la penumbra da aspecto de remoto a lo recién vivido. Todo parece en calma, pero tras las puertas rugen sonidos que, como en La Casa tomada de Cortázar, te hacen recular sin entrar a recoger nada. Una huida imposible de una guerra tan cercana que muchos de sus peluches están entre nosotros, nos falta su trigo, nos alcanza su hambre y sus misiles apuntan hacia el nuevo año porque los hombres del poder y la guerra no se sacian. Y huyes también del cuarto colindante. El de los mil pañuelos doblados, guardados en cajones o lanzados al fuego. El de hogueras en el suelo, melenas cortadas, impotencia y lágrimas, en el que reposa Mahsa Amini la eterna, la viva para siempre desde el día de su muerte, que también cruza el umbral del año con nosotros porque siguen muriendo Mahsas, ahora con rostro de hombre, ahorcados públicamente.
Resulta todo tan triste y salvaje que, ya dispuesta a abandonar el año con lo puesto y sin equipaje, buscando aire limpio, un respiro y un consuelo para tanto daño, tropiezas con Antonio y John en tu cuaderno de notas sin saber muy bien el motivo. Con John compartí letras, música y unas copas el verano pasado y desde entonces, vamos tropezando en actos culturales y benéficos porque él toca para el hambre. Más de tres décadas de músico callejero hacen que, aunque ya rozó la fama televisiva y sea muy solicitado, regrese a la calle siempre que puede. «Esta mañana he tocado bajo la lluvia en la acera de una frutería. Esta tarde he tocado en la hermosa Aula Magna, donde hacía calor y estaba seco…» Él mismo busca la diferencia y no la encuentra porque su objetivo es acariciar corazones y hacer feliz, sin importar el sitio. Muchos sabemos que eso es tan cierto como su preocupación por los ‘sintecho’.
Antonio y John Fellingham. Dos curanderos de cuerpos y almas que hoy, la magia de las letras pone a trabajar juntos. Y tendrán que hacerlo rápido, antes de que el Hospital del Juguete eche el cerrojo y Antonio, el último cirujano de muñecos, se jubile con el año. No se me ocurre otra forma de remendar un año tan herido porque ya parece más real cualquier utopía que la vida misma. No sé si habrá suficiente material ni tiempo para remendar tanto muñeco roto y para tanto asesinado en un solo mundo. O si John tendrá suficiente música para tanta necesidad, para tanto sintecho bajo un cielo tan inhóspito. Pero por intentarlo que no quede hasta que el humano recobre la cordura. Que el chelo siga sonando y el viejo cirujano siga reponiendo miembros y dando luz a ojos cerrados. Que implante melenas a todas las muñecas del mundo. Melenas al viento para ser vistas sin que las maten. Que se niegue a reparar tanques y aviones de combate.Que dé prioridad a los soldaditos de plomo, reponga sus miembros y dé otra vida a los que el plomo derribó.O mejor aún, que no se vaya. Sin el único Hospital del Juguete que nos queda, estamos perdidos porque nunca como ahora fuimos tan muñecos, tan manejables y frágiles.
Y tú, John, sigue abrigándonos con tu música, pero hazlo bajito, lo más a ras de suelo que puedas porque si rozas algún cielo, te cortarán las alas, no vayas a alcanzar su supuesto reino. Toca lo más silencioso que sepas o estás en peligro, que las plazas están dispuestas para lapidar a quien se eleve o reciba aplausos, sin importar los medios. Toca pequeño, sin que se te note, no vayan ahorcarte en vano porque los ahorcados también dan sombra. Y si te arriesgas a dar el salto, hazlo antes de que Antonio se jubile y pueda repararte las heridas como hizo con el Niño Jesús de un convento que, según cuenta, «levantaba la cara, movía los ojos y después se acostaba, cerraba los ojos y se quedaba dormido». Al menos, el Niño duerme en calma y tenemos la Navidad garantizada. Feliz Navidad a todos.
Música sobre las piedras
18/12/2022
Actualizado a
18/12/2022
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