Vamos a partir de una premisa, aunque sea una obviedad y una de las frases más repetidas en las últimas semanas, hace mucho calor. Pero no se trata de algo baladí, con las temperaturas batiendo todos los récords resulta muy complicado razonar con claridad.
Por eso es mejor no juzgar el comportamiento de las personas que nos rodean. Tampoco conviene intentar comprender o buscar una explicación lógica a algunos acontecimientos, situaciones rocambolescas, que rozan el surrealismo.
Los turistas que han decidido viajar al norte en busca de un ambiente más fresco no han encontrado ese esperado alivio. Además, esos termómetros inusualmente elevados han provocado colapsos en las carreteras de acceso a las playas.
Para colmo de males muchos de estos arenales lucen bandera roja por mal estado del mar, baja visibilidad que dificulta el trabajo de los socorristas o las amenazantes carabelas portuguesas.
Otros lugares ideales a la hora de relajarse y sobrellevar el calor extremo son los pueblos. El sufrido mundo rural, a pesar de ser castigado de mil maneras, siempre acoge a quienes deciden refugiarse en él.
Claro que lo de adaptarse no lo lleva bien todo el mundo. Hay personas que dicen disfrutar de los encantos que ofrece el contacto con la naturaleza, sin embargo, no dudan en manifestar sus quejas ante los sonidos o los olores propios de las actividades desarrolladas en el medio.
Hay casos en que incluso se ha llegado a denunciar el ruido producido en explotaciones ganaderas. Lo que más sorprende es que las sentencias emitidas obligan, por ejemplo, a colocar gomas en las cadenas o a insonorizar la cuadra y evitar emanaciones.
No sé qué será lo próximo, puestos a imaginar disparates, tal vez atar los picos a los gallos para que no canten a horas intempestivas. No demos ideas.
Es innegable que las cosas han cambiado. La nostalgia se apodera a menudo de nosotros, más aún de nuestros mayores. Se hace común un comentario acompañado de un suspiro, nada es lo que era.