La Navidad es también un ser vivo que ha ido adaptándose al discurrir del tiempo. La actual fiebre por las luces de colorines, en orgiástica alucinación de LED por las calles, queda muy lejana de las antiguas decoraciones con bombillas incandescentes que aparecen en nuestras fotos viejas. Tampoco existía esta competición de ‘horror vacui’ lumínico en la que parecen enzarzadas varias localidades ajenas a los requerimientos de ahorro energético.
De igual manera, tradiciones que quedaron arrinconadas resurgen con fuerza, con el caso más claro del ramo leonés. El ‘revival’, por supuesto, ha modificado o pervertido algunos elementos originales de la decoración, pero todo el mundo acepta este sincretismo (luces LED, de nuevo, incluidas) como mecanismo de pervivencia. Los gigantescos ramos instalados en rotondas (o aquel de la Plaza de las Cortes) dan pie al debate sobre cómo se ponían en tal pueblo o a amables explicaciones a los más pequeños.
De igual manera, han adquirido el rango de tradición celebraciones como la Cabalgaza, que anoche surcó las frías calles de la capital de nuestro antiguo reino por obra y gracia de nuestros vecinos zamoranos. Papá Noel viene ahora gracias al patrocinio de unos simpáticos cartones de leche. La propia cabalgata de Reyes es ahora una cosa mucho más ‘furera’ (de La Fura dels Baus) y ‘circodesolera’, de acuerdo a lo que suele funcionar en otras latitudes. Y, por supuesto, está ‘León Vive la Magia’, que ha cristalizado aquí de una manera muy particular, por la cual estas entrañables fechas tienen un aroma especial sólo comparable al que transmiten determinadas películas navideñas de Hollywood.
Y aquí llegamos a otro punto: el empuje de las plataformas de ‘streaming’ ha impuesto el dominio absoluto de los ‘carols’ anglosajones, con el ‘Burrito sabanero’ como única concesión a nuestro bello idioma en el repertorio. Con el «mistletoe» siempre en la boca, apenas hay lugar para las canciones navideñas folclóricas. Lo cual, como siempre, ni es bueno ni es malo.
Al final, de tanto usarla, la palabra «ilusión» ha quedado reducida a una estrategia de mercadotecnia. Tal vez habría que recuperarla también: la ilusión por celebrar el nacimiento de Jesucristo, o por reencontrarse con la familia de sangre o la elegida, o por abrazar el solsticio, o por sentir que seguimos vivos. Quienes pensamos que ésta es la época más maravillosa del año no lo hacemos con afán proselitista, sino como una invitación a encontrar eso que, por encima de cambios de tendencia, permanece en estos días. Feliz Navidad a todo el mundo.