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Ni arrogancia ni ñoñería

09/06/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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A uno le impresiona el aplomo con que, por ejemplo, el futbolista Keylor Navas, ahora sin equipo, hace profesión pública de su fe cristiana. Impensable entre nosotros. Alguien, en su momento, tal vez con buena intención (o no),lanzó al mercado de la opinión pública la especie de que las convicciones religiosas son exclusivamente cuestión del fuero íntimo de la persona. Más todavía, de ser una opción libre no declararlas se pasó a que fuera una obligación no hacerlo. Transgredirla está mal visto, porque suena a dogmatismo, arrogancia o ñoñería. Por ahí se llega a situaciones absurdas, como, verbigracia, que en una reunión de creyentes se termine… por guardar un minuto de silencio. O encontrarse con personas, que, en un alarde de falso pudor, reclamen el amparo de la Constitución para reservarse sus creencias.

Estas posturas brotan o de que no se entiende la dimensión social obligada que ha de tener la fe como ‘gran relato’ que impregna todos los aspectos vitales, individuales y comunitarios; o de que una vez más se impone lo «políticamente correcto», aunque esa actitud choque frontalmente hasta con el sentido común.

Ser creyente hoy y serlo en coherencia con lo que exige la fe cristiana, no sólo no puede ser algo clandestino, sino que ha de ser el motor de la persona en todas las facetas de su vida privada y ser la energía que alimente las tareas exteriores y públicas del individuo, fundadas en una precisa opción fundamental y una concreta escala de valores. Verdad es que la fe debe manifestarse de manera natural y serena (fe que alguien llama ‘confesante’). Nunca imponerla, pero tampoco ocultarla.

El testimonio de este credo se podrá ofrecer en instituciones confesionales, que, en un régimen de libertades, tienen derecho a existir (colegios, medios de comunicación, asociaciones…) o en espacios ciudadanos neutros. ‘Somos misión’ es el lema que hoy mismo enmarca el Día del Apostolado Seglar. Ser misión en el primer ámbito es ser «cristiano de presencia», en el segundo es serlo «de mediación»; los dos modos son perfectamente legítimos. Lo que no cuadra es ser solo creyente hacia adentro. O serlo como quien lleva una insignia en la solapa. O mantener una y otra vez la incoherencia absurda de decir que se es creyente pero no practicante. O vivir la fe sólo en algunos espacios y momentos de la vida. O pensar que basta ser bueno y dar buen ejemplo sin explicar con palabras el origen y las razones de ese comportamiento. Es una pena, pero, decididamente, hay cosas que no cuadran.
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