Cristina flantains

Ni colmena, ni manada de ñus

31/01/2024
 Actualizado a 31/01/2024
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Qué triste ha sido leer la encuesta realizada por el CIS sobre la percepción de la igualdad y los estereotipos de género y ver cómo algunas personas opinan, en favor o en contra, sobre la igualdad en deberes y en derechos, de una manera frívola. Cómo convierten el derecho a la libre expresión de las ideas en el fangal de su profunda ignorancia. 

Se enrocan en frases como: «ni machismo ni feminismo, no me gustan los extremos», «a mi ese feminismo de odiar a los hombres no me representa», «la lucha del feminismo no va conmigo» o «los pollos violan a las gallinas» y un largo e insufrible etcétera. 

El feminismo es una realidad compleja, por sus múltiples aristas: filosóficas, políticas, sociales, y porque pone en valor derechos fundamentales, no solo de las mujeres, sino del planeta entero. Pero eso no justifica que no se entienda y ¡no lo entendemos! 

Se me ocurre que habrá que ayudar a todas esas mujeres atrapadas en una ratonera en la que adoptar ideas feministas supone traicionar a los hombres de su vida, y a todos los hombres que solo encuentran el camino para ser amados en la dominación, sin aceptar la manifestación de su vulnerabilidad. A unas y a otros habrá que ayudarles a entender que tenemos que encontrar, todos juntos, el manual de instrucciones con el que recuperar la naturalidad en nuestras relaciones. 

No sé si saben que una colmena actúa como un organismo; un grupo de insectos que funciona con un cerebro colectivo que, no sólo asegura su inmortalidad, al reponer a los individuos con ágil dinámica, sino que viven en eterna juventud, que yo a esto último no le veo más que ventajas. Pero, al tiempo, sus individuos están tan jerarquizados que pierden sus especificidades en favor del grupo. Y esto ya lo llevo peor.

Y es en este acontecimiento de cosificación del individuo, el mismo que permite a uno intervenir con violencia en el universo de otro, su víctima, donde encuentro el símil y pienso si no seremos la consecuencia de una inteligencia colectiva que emana de una colmena, nuestra colmena. 

Me gusta pensar que el machismo, el infierno del estado patriarcal que tanto nos acogota, es una perversión que surge en sociedades demasiado compactas, demográficamente hablando, donde la singularidad que nos define se diluye en favor de la masa, como en las colmenas, como en las manadas de ñus que se despeñan por un acantilado corriendo a lo loco sin saber por qué, ni hacia dónde. 

Me gusta, cuando pienso en las mujeres, pensar en las de mi pueblo, Castro del Condado, y en las de mi trabajo, repasarlas una a una, con sus nombres y apellidos, con su cara de no haber pegado ojo la noche anterior, o con su sonrisa inmensa llena de las voces de todas las mujeres que las ocupan desde la noche de los tiempos. No soy capaz de pensar en ‘las mujeres’ como colmena, como manada de ñus. 

Y cuando pienso en los hombres, me pasa lo mismo. Quiero ponerles nombre y apellidos. Dénmelos uno a uno, con sus manos grandes y cálidas, con su voces roncas y profundas, con sus brazos fuertes que son hogar al que volver. Déjenme verlos tranquilos, al lado de otro hombre, de otra mujer, de los paisajes de su vida, que conocen palmo a palmo, y que a su vez les reconocen. No soy capaz de pensar en ‘los hombres’ como colmena, como manada de ñus.

Al conjunto de abejas que habitan juntas en gran número se le llama colmena. Al conjunto de seres que se organiza para alcanzar un cerebro colectivo con el que organizarse se le llama manada, rebaño. Y al conjunto de seres humanos que se hacinan unos encima de otros en ciudades, cediendo su identidad en favor del grupo, yo lo llamo estado patriarcal. Quizá todo fuera diferente si cuando miramos al otro, en vez de ver a un elemento del grupo, uno más y fácilmente sustituible, viéramos a un ser dotado de un universo complejo, único e irrepetible.

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