El regreso a las aulas, o como algunos chicos dicen con ironía, a las «jaulas», no siempre es estimulante para los propios alumnos ni para sus familias. Y no me refiero a la pereza incipiente que supone volver a abrazarse a la rutina tras la luz del cálido verano. Me refiero más bien al trauma asociado de tener que someterse por ley al acoso o al desprecio, que es otra forma de hacerle a alguien la vida imposible.
Hasta ahora la sociedad en general habla mucho y resuelve poco. Se lamenta y llora cuando el problema desemboca de modo terrible en el suicidio del menor. Recordemos que en los últimos años unos cien niños han fallecido a causa de la violencia en su entorno. ¿Qué hemos hecho? Realmente nada que haya resuelto con firmeza el problema.
Según el último estudio llevado a cabo por Bullying Sin Fronteras en abril de 2023, España ocupa el tercer lugar a nivel mundial en términos de casos de acoso escolar y ciberacoso, con un total de 69,554 casos registrados. Una auténtica vergüenza.
Mientras no tomemos conciencia de que este desastre es un fracaso de toda la sociedad no lo resolveremos. Las autoridades deben hacer justicia y podrán hacer campañas de sensibilización, pero mientras los centros no lo afronten sin negligencias y con eficacia y, sobre todo, hasta que los padres eduquemos seriamente contra el abuso y la discriminación, nada cambiará.
Y no solo existe el acoso insoportable de la amenaza y el ridículo. Hay otro tipo de discriminación silenciosa: los «niños solos». La adolescencia es un hogar temible si no eres como el resto, si no te gusta el fútbol ni llevas el pelo rapado o si eres sensible o diferente. Hay chavales que no ven forma de integrarse en un mundo que los ignora y ese drama es para vivirlo y estar atentos si queremos evitar depresiones severas.
Tomemos conciencia y no nos quedemos en esa barrera del «quiero dejarles a mis hijos un mundo mejor». En vez de «quiero» di «voy».