Uno no sabe (porque nadie lo sabe), qué está pasando con el tiempo meteorológico. Resulta que este año es, con diferencia, el más nebuloso que hemos sufrido los leoneses en décadas. La niebla es mala de suyo, mayormente porque no te deja ver el sol o las estrellas y logra que la melancolía y la desazón se instale en el corazón de cada cual. No somos londinenses ni vallisoletanos, ni siquiera zamoranos y, por lo tanto, no estamos acostumbrados a este fenómeno. Un año normal y corriente, sufrimos la niebla en el mes de diciembre, por la semana de la Inmaculada y poco más, pero lo de éste es de juzgado de guardia; esta semana, por ejemplo, en la plaza de Vegas no se veía ni el Casino ni el cuartel de los picos desde mi casa.
La niebla nunca ha sido buena; hasta la obra de Unamuno ‘Niebla’ es un truño por su sitio, como casi todo lo que escribió el que fue rector de la Universidad de Salamanca allá por los años treinta del siglo pasado. Baroja decía, y con razón, que «toda su obra está escrita para incomodar el lector». Resulta por demás curioso que todos los que añoran a la República le pongan por las nubes a raíz de la movida que tuvo con Millán- Astray, y que no le costó el pellejo de milagro, salvado por Carmen, ‘la collares’, en el paraninfo de la institución académica el 12 de octubre de 1936, primer año triunfal. Y digo que es curioso porque todos los medios, intelectuales y partidos que apoyaban a la República le pusieron de vuelta y media, adjudicándole todos los insultos más injuriosos que podáis imaginar, desde el 18 de julio hasta mucho después de aquel día de la Hispanidad.
El caso es que el sol es la vida en su mismidad y no verlo a mí y a la mayoría de la gente que conozco (cazurros hasta la médula) nos deprime, nos amurnia y nos impide ser felices, además de afectar seriamente a la salud física y mental. La niebla no es buena, de todas todas; como tampoco la lluvia impenitente o el calor excesivo. San Isidoro de Sevilla y de León decía en el siglo VI que «España, bendecida por el clima, que es templado, abandonando los extremos del frío y del calor». No le faltaba razón al Santo, como en casi todo lo que escribió. Pues sí, Iberia está situada justo dónde matarían muchas naciones por estar. Pero como el cambio climático, que según un estudio de climatólogos rusos es debido, entre otras cosas, a los terremotos de mediados del siglo pasado en las Aleutianas, que desbarajustó todo el equilibrio planetario, lanzando a la atmósfera millones de toneladas de gas metano, el mismo que producen los pedos de las vacas, todo lo estropea, dando lugar, por ejemplo, a las nieblas que hemos padecido este invierno.
Además de los efectos negativos mentados (depresión de caballo, en primer lugar), la niebla también afecta a las entendederas de los políticos y demás fauna que nos gobierna; sólo así se entiende que un servidor esté denunciado por decir la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad, por una política de primera regional preferente o que, por ejemplo, se nos intente vender desde el poder que los catalanes del Puigdemont y los vascos del PNV son más progresistas que la madre que los parió, cuando lo cierto es que son todo lo contrario: xenófobos de manual, capitalistas sin escrúpulos y con menos luces que el camino de Castro. Hay cosas con las que uno no puede comulgar, además de las ruedas de molino (que hace falta tener tragaderas), no concibe que por conservar una poltrona bien remunerada, haya gente que se alíe hasta con el diablo; aunque claro, lo que está al otro lado..., ¡ay Jesús!, llévalos pronto. Como tampoco entiende que la mitad de los españoles, habitualmente los zurdos, inicien una campaña de desprestigio y demolición del mito de Nadal. El balear puede ser cualquier cosa, pero que los más obtusos, que suelen ser gente que el único deporte que han practicado es el ‘sillónball’, inicien una campaña de desprestigio porque haya firmado un contrato con los saudíes, media, o debería, un largo trecho. Uno, en su ingenuidad, no comprende estas cosas, cuando lo cierto y verdad es que todo dios se mueve por el dinero. Lo primero que deberían es hacer lo mismo con el Gobierno y con los fabricantes de hazañas bélicas (el presidente de la Real Sociedad, por ejemplo), criticarlo, digo, que mantienen unas relaciones idílicas con el país dónde nació Mahoma, hasta tal punto que resulta que no se ponen colorados porque les vendamos armas y bagajes en cantidades obscenas y que luego utilizan, por ejemplo, para destruir Yemen. Ahí, por desgracia, todos callamos como puertas mal cerradas. ¡Ah, claro!, resulta que son unos hijos de puta, pero son nuestros hijos de puta... ¡Acabáramos! Occidente, en su conjunto, se ve afectado desde hace décadas por una densa niebla que le impide ver que es lo importante y que es lo que importa. Pero es mucho más fácil meterse con Nadal, un luchador de sumo peso pluma, que se levanta cada vez que le derriban, que con todos los aliados incómodos que tenemos por el mundo. Un puto desastre, vamos..., como la niebla. Salud y anarquía.