12/01/2025
 Actualizado a 12/01/2025
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Dicen que el mundo medía nueve metros y lo habitaban 64 personas, rodeados de mar por todas partes menos por el aire de respirar. Se apretaron más entre ellos y colocaron a la mujer en la proa de la barcaza, para que estuviera más cómoda a la hora del parto y para dejarle espacio al niño que iba a nacer en altamar, como un milagro flotante, hasta que un helicóptero evacuó al niño y a la madre al hospital de Lanzarote. Tres veces seguidas leí la noticia «El día de Reyes los tripulantes de la Guardamar Talía regresaron a Lanzarote con una sonrisa… Cuenta el patrón que el bebé destacaba en medio de la barcaza, desnudo, rodeado del silencio del resto de compañeros de la travesía». Seguramente el silencio causado por el asombro, por el inesperado regalo de Reyes sobre una barca. Seguro que la abuela le habría bautizado con un nombre de esos tan bonitos que ponen en las tribus del mundo. A falta de abuela y de nombre, he buscado y elijo Inda Jani, que significa Agua que nace o Niño de agua. El mayor acto de rebeldía que puede cometerse: nacer en una noche de invierno, sobre una patera en medio del mar, rodeado de frío y trayendo esperanza a un mundo cuajado de guerras.

No ha sido esta una semana cualquiera. Tenía que pasar y pasó. Nos cayó el meteorito y la lotería lo intentó por doble partida. Pero ni lo uno ni lo otro cambiaron nada a nuestro alrededor. De lo uno, dicen que acabó en 8. De lo otro, que fue una impresionante bola de fuego cruzando el cielo con varias explosiones. Que sobrevoló Palencia con tanta luminosidad que podía verse desde toda la península Ibérica, salvo que estuvieras haciendo la cena, y recorrió unos 58 km en la atmósfera, antes de desintegrarse y caer al suelo en forma de meteorito. Eran pasadas las diez de la noche cuando nos tocó la china y cayó sobre la localidad de Joara, con un tamaño similar al de una pasa de veinte gramos. 

Si un niño es capaz de nacer en una patera un día de Reyes, en la línea que une la noche y el mar, y un meteorito se reduce al tamaño de una pasa cuando nos cae encima, todo debería resultar fácil. Pero no. Por si era poca la zozobra al saber que regresa, el señor Trump viene asustando, como cuando la galerna rugía a lo lejos. Anuncia que trae el Monopoli bajo el brazo, el mapa, las chinchetas de marcar territorios conquistados y muchas ganas de jugar a las invasiones. De momento se le antojan el Canal de Panamá, Canadá, Groenlandia y vaya usted a saber. Todo como en broma, como casual, pero bien premeditado y organizado por esa geopolítica que los nadies no entendemos. Primero, cuatro risotadas sobre ese asunto del cambio climático, que el Ártico en breve será navegable, tiene muchos recursos sin explotar y no le quedan lejos. De momento, envió al niño de avanzadilla a pasear por los dos millones de kilómetros de Groenlandia. Y ya de pisar Europa, que no oiga hablar del cocido maragato o el chocolate de Astorga, o la tenemos liada, que poco les cuesta comprar el Scattergories y acabaremos aceptando Trump como animal de compañía. Empezó haciendo gracia mezclada con una dosis de susto, el asalto al Capitolio, porque lo sentimos lejano y ajeno. Pero la ocurrencia hace tiempo que dejó de ser graciosa, cuando el delirio se normalizó, se hizo hábito en los que mandan y nos hacen sentir caminando sin red sobre la cuerda, con la sensación de que ya no hay quien pare esto. Ya no hay tablero en el mundo para tantas partidas empezadas. Para tantas guerras encadenadas, como diluyéndose unas en otras, hasta hacerse casi invisibles las ruinas de Ucrania a la sombra del genocidio de Gaza. Nos creíamos seguros y estábamos colgando de hilos, dependiendo de las ansias de poder de algunos. 

Nos habíamos creído lo de la democracia y las urnas, lo de organismos garantes de que el engranaje funcionara, mientras ayer veíamos a un tal Maduro tomar Venezuela sin conocerse los resultados electorales. Asistimos a un golpe de estado sin que nadie lo impida, acompañado de una perorata hablando de honor y patria, de «paz, prosperidad y democracia». Palabras grandes y pesadas que no significan nada en boca de quien no tiene legitimidad ninguna, mientras Estados Unidos sube la puja y ofrece 25 millones de recompensa por su captura. La cámara enfoca varias veces su mano puesta sobre el libro que jura, en su dedo meñique lleva una sortija de oro con una gran piedra verde que, sin saber el motivo, me da mucho miedo. Me asustan sus palabras, su mano tersa, su sortija verde y su delirio, mientras miles y miles de familias comienzan un nuevo éxodo. Otro. 

Porque prefiero calma, me quedo con las manos negras aferradas a un cayuco, apretándose para hacer hueco al niño que va a nacer y guardando silencio para recibirlo. Cómo es posible que nueve metros sean suficiente mundo para cruzar un mar 64 personas, capaces de regalar un lugar privilegiado a una parturienta y a su hijo. El mismo mundo en que se estrenan guerras diarias por conquistar espacios ajenos. Gracias por nacer, Niño de agua.

 

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