Los niños de mi derecha

12/06/2024
 Actualizado a 12/06/2024
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Al día siguiente parecía que lo que había sucedido era producto de una ensoñación, pero lo cierto es que todo lo que allí pasó –la energía, el baile, la emoción, el brindis–, todo fue real.

Subido sobre el escenario estaba Rodrigo Cuevas, enfundado en un traje de terciopelo rojo con mangas abullonadas y pantalón de campana. A mi derecha, dos niños ataviados con sus chubasqueros amarillo y azul respectivamente convertidos ya en su uniforme a consecuencia del fin de semana de lluvia que los tres llevábamos encima. Ambos de puntillas, intentando que su mirada alcanzara la pantalla dada su altura y su posición obstaculizada por las personas que se empeñan en llevar un paraguas a un concierto y colocarse en las primeras filas (gracias a todas ellas).

Que Rodrigo Cuevas se enfunde su traje rojo casi al finalizar su particular romería solo puede significar un homenaje. «Que lo que perdió de gloria, lo gane de eternidad», dijo parafraseando a Antonio Machado cuando cantó la misma canción al recibir el Premio Ojo Crítico en el año 2022. Dicho homenaje se llama ‘Rambalín’, un tema que el asturiano con veranos de la infancia en Rodiezmo escribió para recordar a Alberto Alonso, Rambal, «maricón de nacimiento, una cosa mítica en Xixón, fíu de Concha la Guapa, yera un ídolo, una juerga, yera la madre que lo parió», que fue asesinado y después quemado en su propia casa por ser homosexual durante la dictadura española.

Como en todas las canciones del concierto, los niños que estaban a mi derecha también tararearon esta balada que es el momento más emotivo de un espectáculo con tintes de fiesta de ‘prao’, y que consigue arrancar varios minutos de aplausos hasta en un festival. Quiero pensar que ellos, como todo el público, escucharon que el cantante recibía emocionado la ovación e invitaba a que todos los escuchantes reconocieran sus privilegios y, al día siguiente –este domingo–, con ellos de la mano, visitaran los colegios electorales pensando en aquellos que no los tienen.

Lo ideal sería que entre salto y salto, los niños que estaban a mi derecha entendieran lo importante de un discurso no solo musical sobre el reconocimiento de sus libertades y las de los que les rodean. Y estoy segura de que algo comprendieron. O por lo menos más que los cientos de miles que no han considerado estos comicios como importantes y han preferido quedarse en casa o los que se han sumado a la ola reaccionaria europea. Porque me niego a creer que el aplauso emocionado fuera fruto de una ensoñación. La España de aquel concierto sí es real.

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