Confiesa San Agustín en sus Confesiones –probablemente el primer libro moderno de la Historia–, que un día, perdido en sus tribulaciones, cerca ya del llanto, escucho una voz de un niño que, sin saber de dónde procedía, le insistía: Tolle lege. Toma y lee. En su confusión, obedeció, tomó el Evangelio y leyó: «Vete, vende todas las cosas que tienes, dalas a los pobres…». Yo no he escuchado la voz de ningún niño, ha sido el silencio el que me ha llevado, más que a leer, a releer algunos libros que creía olvidados pero que sin embargo aguardaban.
Releo a Michaux y su mirada deslizada bajo la realidad para comprender lo que aparece: «No es raro que el hijo de un director de zoológico nazca con los pies palmeados. Pero como toda desgracia no deja de ser una sorpresa». No deja de ser una sorpresa. Poso el libro sobre la mesa y me asomo al balcón. No es raro que el otoño vuelva cada año, al contrario, la repetición, el ciclo, la vuelta, volver es la normalidad sancionada por las Leyes Físicas. Sin embargo, el otoño ha dejado de ser una sorpresa, hemos dejado de sorprendernos ante el grandioso espectáculo de los cielos cubiertos, de las noches de lluvia, de la alucinante transformación de los paisajes, de los colores, de los vientos que arrasan las hojas y desnudan los árboles, de las hojas que se arrastran por el suelo convirtiendo en oro los senderos que nosotros pisamos, caminamos, sin saber, sin sorprendernos, creyéndolos vulgares aceras de asfalto o de cemento.
No es que estemos ciegos, es que estamos perdiendo la extraordinaria facultad de sorprendernos. Y perder esa capacidad de que todo sea sorpresa es empezar a morir sin darnos cuenta. Cuenta Platón en su célebre ‘Mito de la caverna’, que no vemos la realidad, que sólo vemos las sombras reflejadas en las paredes de la cueva. Aunque hoy vivamos en casas confortables, no hemos salido de aquella caverna. Hoy las cavernas son las pantallas, los móviles, las tablets, los ordenadores, las televisiones, y las sombras que confundimos con la realidad son las imágenes apresadas en estos ingenios de la técnica.
El otoño ha vuelto como cada año y deberíamos andar con los ojos abiertos como platos, maravillados por los cambios que el otoño trae consigo, en la luz, en las horas, en el caudal de los ríos, en los hábitos de los pájaros, incluso en los abrigos. ¿No escucháis la voz de un niño que os dice: Deja la pantalla, asoma al balcón, sal, mira, sorpréndete?
Y la semana que viene, hablaremos de León.
No deja de ser una sorpresa
26/10/2022
Actualizado a
26/10/2022
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