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"No la dejéis en paz…"

04/01/2025
 Actualizado a 04/01/2025
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Este año quiero pediros que desoigáis la carta de Estrella. La que os escribió el otro día en clase, en aquel taller de escritura creativa, de los que hacemos para que olfateen en sus vidas y alimenten sus buenos deseos, a ser posible.

Buscadla bien. Aunque a lo mejor se os ha extraviado porque estaba escrita, como de mala gana (últimamente no quiere trabajar en clase) en un pedazo de papel recortado con improvisación, desganado y deshilachado, quizá parte de una hoja arrancada, seguramente, de un cuaderno ajeno. Dice que el suyo se lo pierde a diario su hermano pequeño, ‘El Miguelín’, un precioso pequeñuelo de chispeantes ojos negros, al que cuida a diario. Es una de sus muchas responsabilidades como las que cantaban aquellos payasos de la tele sobre una niña que menos jugar, le tocaba de todo: planchar, coser, barrer, comer, lavar, tender o pasear. Aunque hacerse cargo de ‘Miguelín’ para dar de comer a los pavos reales del parque de Quevedo, no es mala ocupación para la campeona de los colorines: no he visto un cuaderno de lengua con más fogonazos de inocencia enredados en letras que los que hace  mi fulgurante niña aceituna.

Prefiero verte, Estrellina, con tu hermanito de la mano, que jugando con el móvil a juegos prohibidos.

No se, buenos magos, qué le pasa a Estrella de un tiempo a esta parte. Falta mucho al cole, dicen que porque ha encontrado el amor sobre las rodillas de algún caballito marino venido de cercanos mares de caudal. ¡Ay! escucho a lo lejos a aquel juglar que nació en el Mediterráneo cantar «qué va a ser de ti, lejos de casa, nena, ¡qué va a ser de ti!».

 Porque a Estrella la han echado de su casa de chocolate y mazapán, y le han tapiado la ventana por la que miraba al arco iris. Apagaron las azucenas blancas de sus ojos para encender a destiempo unas amapolas rojas de amazona temprana. Y le perdieron el unicornio. Cuando leí esa carta que os escribió, aquel día, a las puertas de la Navidad, me cayó una gran noche sin estrellas, sin caravana de Oriente, desnuda, fría y gris.

No le hagáis caso a la niña, majestades: traedle un rato de sol, que le devuelva intacta la ternura del dorado nuevo de su piel temprana y una varita de incienso, que perfume su inocencia y retorne el brillo limpio a su mirada, y no olvidéis meter en una cajita, un puñadín de mirra con aroma de musgo duende de sotobosque, del que esponjan las hadas con sus brincos alados.

Queridos magos, verás como la encontráis. Ni siquiera está firmada, tiene la inmediatez y el trazo del hastío. Y hiere, son lágrimas calladas de una niña: «Queridos Reyes Magos: quiero que me dejéis en paz».

Pero no le hagáis caso, ni a ella ni a ningún niño que os pida algo parecido. Os necesitan, y nosotros también.

 

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