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No es provincia para relamidos

23/06/2024
 Actualizado a 23/06/2024
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El final del curso, las hogueras de San Juan, la luna llena que anuncia el verano y el creciente volumen de las verbenas que se expanden en esta época del año por casi todos nuestros pueblos provocan entre sus vecinos una extraña forma de ansiedad, colectiva y rural, una suerte de agroturismofobia que se suele traducir en un comentario repetido de norte a sur y de este a oeste de esta provincia: «¡Pero qué a gusto estábamos solos!». Como suele ser habitual, el buen tiempo, la posibilidad de usar de nuevo las rutas que durante el invierno resultaban demasiado peligrosas, provoca la llegada masiva de veraneantes, algunos de ellos reclamando incluso sus derechos de herencia por boca de sus antepasados, tantos que llegan a colapsar los servicios públicos porque hacen que de la noche a la mañana se triplique la población local, la mayoría de ellos víctimas de las mafias de los algoritmos del postureo vacacional, deseosos de compartir con sus amistades, y sobre todo con sus enemistades, las imágenes de su gintonic servido en copa de balón, la cerveza empañando el vidrio o el azul turquesa de sus piscinas, pero en realidad frustrados porque soñaban con fotografiar los atardeceres desde Formentera y se tienen que conformar con el sol metiéndose tras los chopos de Villamondrín de Rueda.  

El nerviosismo que genera la llegada masiva de veraneantes entre la población local no se puede entender, en cambio, como rechazo hacia lo desconocido, como miedo al diferente, sino exactamente todo lo contrario: el rechazo es a los que ya vinieron otras veces, otros veranos, miedo a que hagan lo mismo que ya hicieron, a que protesten por lo mismo que ya protestaron y que suelen ser, por ejemplo, problemas trascendentales como la escasa presión de agua o la falta de cobertura 5G. Viendo las últimas noticias, el principal problema al que se van a enfrentar este año los veraneantes no es que, como les ocurre siempre, todas las manos por las que van pasando tratan de utilizarles para facturar con ellos de forma despiadada, sino que en muchos de los destinos elegidos no va a haber esta vez manos que les sirvan ni gintonics con hielos como morrillos ni cervezas heladas. Siento comunicarles que éste no a va ser el mejor verano para ponerse exigente con las tapas. No es provincia para relamidos. De las mismas cuatro esquinas desde las que llega el comentario de «¡Pero qué a gusto estábamos solos» llegan también anuncios de pedáneos y alcaldes desesperados porque no encuentran a nadie que quiera regentar el teleclub del pueblo, ni dejando el alquiler gratis, ni asumiendo los gastos de luz, ni siquiera, en ocasiones, pagando un sueldo por adelantado. Más allá de esos «centros de ocio y convivencia», que dice la Junta de Castilla y León en su última exhibición de pedantería, en los establecimientos tradicionales de hostelería cuentan los propietarios que no encuentran personal y, como siempre, la culpa es del resto: la gente no quiere trabajar ni de noche ni los fines de semana ni los festivos, condiciones que ponen por adelantado y sin haberlas aún merecido. De que pagan poco, de que no hacen contrato, de las horas extra no reconocidas o de aplicar horarios tan imposibles como intermitentes no dicen nada. Lo cierto es que en muchos de los pueblos que aún tienen la suerte de conservar su bar suele haber detrás de la barra, por lo que sea, un extranjero, como extranjeros son muchos de los que se ocupan de nuestros ancianos, de las obras de albañilería, de las cuadras y de todos esos trabajos que, por lo que sea, para muchos de los que se ponen nerviosos cuando asoman por el horizonte los veraneantes, y obviamente para los propios veraneantes, resultan demasiado incómodos, sucios o cansados. Humillantes incluso.

Por todo ello resulta sorprendente el rechazo generado por la apertura en León de un Centro Temporal de Ayuda Humanitaria al Migrante que, en cambio, algunas empresas leonesas que no encuentran mano de obra ven como una oportunidad. Por eso se han puesto en contacto con los gestores del lugar, por otra parte envueltos en solidaridad religiosa pero tremendamente turbios y, como el resto, implicados en esta misión porque facturan a su paso con los mal llamados refugiados, porque en este caso no huyen de ninguna guerra, y con los mal llamados menas, porque no son menores aunque lo empiecen diciendo para intentar ahorrarse trámites. Cierto que todo ha sido muy oscuro en cuanto a la forma en que se ha comunicado la creación de este centro, cierto que en España no hay nada más permanente que lo que se crea con la denominación de provisional, cierto que ganan y pierden los mismos que ganan y pierden siempre, pero nada, si acaso únicamente complejos mal disimulados, justifica el racismo que ha ido brotando por las alcantarillas hasta alcanzar el mismísimo pleno municipal. Se trata de un asunto demasiado complejo como para aportar soluciones sencillas, menos aún drásticas, un problema global en el que confluyen a la vez muchos de los males pasados, presentes y futuros y que ahora, aquí, vienen a demostrar que en tu televisión, por apartado que te creas del mundo, la actualidad no es otra serie que puedes apagar cuando te harta. Entre las muchas conclusiones que se pueden sacar de todo esto, la que más nos debería hacer pensar a los leoneses es que, por lo ocurrido en otros centros de migrantes similares creados en lugares semejantes, más que probablemente ni uno solo de los ahora recién llegados y de los que llegarán se querrá quedar a vivir y trabajar aquí. Sin ser adivino ni pretenderlo, ya veo venir la conclusión a la que llegarán muchos de mis paisanos: «¡Pero qué a gusto que estamos solos!».

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