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No hay burros para todos

17/11/2024
 Actualizado a 17/11/2024
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Érase una vez… Así podría empezar esta historia y, recorriendo columnas de años anteriores, retroceder a 1957. A la boda de mi tía Munda y un viaje de apenas doscientos kilómetros, desde un pueblo zamorano. De allí salió en comitiva la familia del novio, en un autobús hasta Zamora, donde cogieron otro hasta León, donde cogieron el tren de Feve hasta Puente Almuhey, donde miembros de mi familia les esperaban con tres burros, para hacer los catorce kilómetros que quedaban hasta Ferreras del Puerto (León), pueblo natal de mi tía. Hablamos del siglo pasado, en la España profunda. Aquella columna la titulé ‘Rumbo a 1957’, al anunciarse el recorte de autobuses directos a los pueblos, sin imaginar que no iba tan desacertada, pero invirtiendo las cosas. Ahora es a la ciudad donde no llega el transporte público. Se queda en las afueras.

Y repasando columnas, porque nuestro querido tren ha dado para muchas, decía en otra, con la ingenuidad de quien cree en simples averías «Cuesta creer que el trayecto de 57 km entre Cistierna y León durara cuatro horas. O que, en un viaje para el olvido, los pasajeros quedasen atrapados en un infierno con más de cuarenta grados, hasta ser desalojados en Cistierna». Y en otro capítulo del mismo cuento, pero en distinto año: «Inexplicable, la barrera bajada durante tres horas en Puente Almuhey, impidiendo el tráfico de coches hacia mi querido Valle del Tuéjar». Si no fuera lo grave del tema, resultarían columnas bastante cómicas. «Digna de Berlanga la escena de un maquinista y un interventor, con el tren parado a la altura de Valcuende, echando sacos de arena en los raíles porque el tren patinaba al subir la cuesta».

Así, como queriendo hacer gracia, llevamos años denunciando que los usuarios viajábamos gratis por no haber tornos para expedir billetes, ni revisores en el tren, para cobrarnos. No éramos malpensados. Estaban provocando pérdidas premeditadamente, llevando al tren hacia una vía muerta que después justificase su cierre. Desmantelando con absoluto descaro el nexo de unión de los pueblos con la capital. Y fuimos testigos de cómo envejecía nuestro tren de vía estrecha, compuesto por despojos ferroviarios, sin mantenimiento ni personal suficiente. Dejó de tener gracia que subiera las cuestas arrastrando los vagones traseros como un burro viejo. Dejaron de ser graciosos los atrasos y retrasos, que acabaron siendo ausencias demasiadas veces. Se hicieron hábito las historias de pasajeros esperando en estaciones y apeaderos a la nada, mientras un autobús esperaba a los pasajeros en la plaza. O taxis sustituyendo a ambos. Sin avisos previos. Sin respeto al usuario. Sin disculpas ni explicaciones. Y, en el mejor de los casos, oírlo pitar a lo lejos, verlo entrar en la estación resoplando de cansancio y felicitarse porque ese día hay tren hasta la entrada de León. Y he dicho «hasta la entrada» de León. Como si dejarlo a la puerta fuera otro método disuasorio. Por si nos diera pereza salir a buscarlo y, poco a poco, nos olvidamos de ese servicio que no les apetece mantener. 

Parece mentira que, mientras todo esto ocurría en la montaña, aquí, en la otra punta de las vías, llevemos ya trece años con la estación cerrada y el tren frenando en seco a las puertas de la ciudad. Trece años de descalabro ‘provisional’ con el cuento de los vagones trans que estuvieron comprados, pero no. Que ya estaban listos, pero tampoco. Que volverían del apeadero provisional a la estación, que es donde suelen llegar los trenes. Pero jamás. Por donde pasaba el caballo de Atila, no volvía a crecer la hierba, pero las vías del tren que dan acceso a León, pretenden convertirlas en un paseo verde. Dos kilómetros y medio de lecho para amapolas, mientras los pasajeros se apean en La Asunción, hacen trasbordo, y un autobús los lleva hasta la estación. 

Hoy, muchos leoneses han madrugado para viajar en nuestro querido tren de Feve que algunos, de pequeños, llamábamos ferrocarril para que pareciera más largo. Se trata de cogerlo en cualquier estación porque sólo importa el destino: hay que estar a las 11.30h en el apeadero de La Asunción donde, ojalá, todos los leoneses se unan a la petición. Desde allí, la montaña caminará por las vías muertas por las que debería avanzar el tren, hasta la estación de Matallana, en Padre Isla. La Plataforma en Defensa del Ferrocarril de Vía Estrecha de León, ha convocado para hoy una manifestación de protesta, porque es inadmisible que un tren deje a los pasajeros a la entrada de la ciudad. A ver si se entera nuestro alcalde, que decía hace días que los vecinos «no trasladan que tengan una necesidad de su funcionamiento». Eso nos pasa por tímidos. Sabemos de la tendencia a peatonalizarlo todo, pero hacer peatonales las vías de un tren en uso, igual es peatonalizar por encima de nuestras posibilidades. Sería bonito ir a recoger a los pasajeros y traerlos por ese bucólico paseo verde hasta oficinas, consultas y trabajos, pero traen horarios ajustados. Y además, no tenemos burros para todos. 

 

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