La alegría también se aprende, como el golf o el esquí. O al menos eso cuentan en una asignatura que imparten en la Universidad de Harvard. Lo leí en un reportaje de El País, y aseguraban que ser feliz es cuestión de seis claves: perdonarse los fracasos, ser agradecido, hacer deporte, concentrarse en lo importante, meditar y practicar la resiliencia (aquello de salir fortalecido de las situaciones adversas).
Ahora que llegan los grandes propósitos para el año que viene, veo que lo mío en 2018 va a ir por ahí, con esas claves u otras parecidas, porque cada vez me interesan más la alegría de vivir y el ser feliz.
De estos doce meses me quedo con las risas, las satisfacciones, los ratos con amigos, la salud de los míos y las pequeñas escapadas viajeras. Fui a Asturias menos de lo que me gustaría, todo lo que pude a Madrid, volví a Las Palmas y descubrí Guatemala, que me fascinó. Hasta viví mi primer ciclón (asustada pero en buena compañía), que nos obligó a pasar una noche en la escala de Costa Rica, así que más risas.
Lloré mucho pero aprendí a asumir que donde no te quieren ni te respetan, jamás lo van a hacer, y que hay que huir de los tontos como de los asesinos.
Cuido y mimo a mis amores de siempre y apuesto fuerte por querer mucho y quedarme a la vera del puñadín de gente maravillosa que ha ido llegando a mi vida. Me sobran motivos para ser feliz, y en ello estoy. En plan Gloria Fuertes: «Aunque estoy entrenada / y siempre resucito / he decidido no morirme / nunca más».
No morirme nunca más
29/12/2017
Actualizado a
19/09/2019
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