11/04/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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No quisiera tener que pedirlo nunca pero espero que si sucediera, alguien que sintiera por mi cariño y amor, me ayudara a irme dignamente.

No quisiera que nadie tuviera que perder su libertad por concederme a mi la paz y el descanso, pero que bueno sería que encontraran la forma de hacerlo sin que peligrara su vida libre.

No quisiera que nadie fuera obligado, ni por mi ni por el estado ni por nadie, a morir, si ese no es su deseo ante una situación sin retorno. Solo pediría que como yo no quiero imponer a nadie mis convicciones, nadie quisiera imponerme a mi las suyas.

No quisiera que quien no es padre de nadie, aunque se diga padre de todos, juzgue los derechos de aquellos a los que llama hijos suyos porque solo si lo fueran de verdad lo entenderían.

No quisiera que quien ha dado una muestra evidente, inequívoca, indubitable, de amor por su compañera de vida, sea privado de ninguno de sus derechos, que no le roben ni un minuto de vida en libertad, que le permitan vivir y sentir la libertad de su compañera, ahora soñada, porque ella libremente eligió irse. El dolor, el de él, por la pérdida será absoluto, pero lo sacrificó todo por cumplir con un mandato mayor, el de ella, su compañera, quién quería irse con dignidad.

No quisiera que a quienes a nada se obliga quieran obligar a los demás a querer lo que ellos quieren, aunque lo que ellos quieren, según parece por datos demoscópicos contrastados, no sea lo que quieren la gran mayoría de los ciudadanos. Cuan perversos son los argumentos de aquellos que solo se abrazan a las mayorías cuando estas van subidas a su ola. Tienen igual comportamiento que con la justicia, que para ellos siempre es suprema excepto cuando sus dictámenes no coinciden con sus capacidades de presión, en esos casos esa misma justicia sacrosanta siempre será tildada de politizada o vendida a intereses espurios.

No quisiera tener que morirme, aun, pero si tuviera que morir, querría hacerlo dignamente y que nadie me obligue a sus tiempos y no a los míos.
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