Nuestro’ poeta es Antonio Manilla. Nuestro primer poeta joven, leonés. El que, sin haber conocido como maestro a Don Antonio G. de Lama, ha llegado a escribir en su último libro «Lo que deja de verse en el fulgor» algo tan sublime como esta, su suma aspiración: «Encontrar la alegría en la tristeza».
Parece que no, pero es muy difícil, y más en estos días, encontrar a un poeta que, sin haber cumplido los 60, proclame su entusiasmo aún por la alegría. Esto, y su ya larga trayectoria como escritor, y en este caso también de éxito, hacen de Manilla, no solo un amigo de los de antes (es decir: de siempre) sino un alma gemela para este anciano soñador de mundos muy menudos, tanto que para muchos pueden parecer inexistentes, que es quien esto trata de comunicar al lector en estas líneas.
Ya el título lo dice todo. Como debe ser. Y la primera encomienda la titula: «Cosas que no verá ningún astrónomo». Como,por ejemplo: «esa apagada estrella/ que brilla en la memoria». O: «No busco lo que encuentro» O: «La mancha del amor con otro amor se quita» O este lema en un poema presidiado por Tiziano: «Vivir solo el presente de una vida / que al sol se funde como rocía en la mañana».
La segunda encomienda la titula: ‘Pensamientos verdes sobre el cielo azul’, donde proclama: «Los versos viven en el aire», «Arden mal los recuerdos y la broza», «Cuanto abarcan tus ojos es tierra despoblada» «En la memoria verde del verano / se frustra el fuego del olvido», «Tirita el corazón de los arándanos», «En las bayas tardías del acebo/ –ponzoña del olvido– está tu herencia»
La tercera es ‘Relámpago y hoguera’. En ella se cita al personaje de Cármenes, un inocente, un poeta de la inocencia, y un largo poema dedicado a Clara Janés en el que se describe «una casa en ruinas de arrogante maleza»
La cuarta lleva el título del libro. Y en ella un poema que dedica a este cronista, con el que tantas horas, lecturas, y sueños, ha compartido en la montaña de Arbolio y en tantas horas de delirio. Lo titula ‘Somos’: «Esos rastros de espuma que las olas/ dejan sobre la arena de una playa/ al retirarse el mar, deshechos al instante».
La voz de Antonio Manilla, impregnada del canto de la tierra, es la voz de Virgilio y todos aquellos que creemos, con Aristóteles, que la poesía es una rama de la filosofía; en definitiva: un desgarrón de la propia vida. La que, en el fulgor se difumina.